Pues creo que es lo que en economía se llama literalmente precios pegajosos. Se da más empresas que produce productos que se venden al cliente final, pero al final se puede trasladar a toda la cadena.
En su libro "El economista camuflado ataca de nuevo" Tim Hardford lo explica muy bien con el caso extremo de Coca Cola:
"Y solo es la primera de las cuatro razones por las que los precios de las economías reales pueden ser pegajosos. La segunda es lo que los economistas llaman «costos de menú». Mi ejemplo favorito es el precio de la Coca-Cola. En 1886, la primera botella de Coca-Cola costaba cinco centavos, aproximadamente un dólar actual. Desde entonces ha subido, no hace falta decirlo, pero lo sorprendente es que el precio de una Coca-Cola de 190 ml tardó más de setenta años en iniciar el proceso de cambio. Sí, ha leído usted bien: durante siete décadas el precio de una botella de Coca-Cola no se movió de los cinco céntimos. En cambio el del café se multiplicó por ocho en el mismo período. Es lo que los economistas llamamos «rigidez del precio nominal». A mí no me retocan el sueldo cada mes para que refleje las últimas tasas de inflación, ni a usted tampoco. Los restaurantes no reimprimen sus cartas (¿se da cuenta del origen de la expresión «costos de menú»?) porque el precio de los ingredientes haya variado un céntimo, ni los mayoristas reimprimen sus catálogos. Es cierto que la rigidez del precio nominal de la Coca-Cola fue extrema: setenta años son muchos para mantener el mismo precio nominal, y en el transcurso de esos setenta años los costes de la Coca-Cola fluctuaron enormemente. La compañía tenía un motivo excelente para su apego a los cinco centavos: la Coca-Cola se vendía en máquinas dispensadoras que solo aceptaban aquella moneda. Para aumentar el precio a seis centavos habría sido necesario modificar todas las máquinas del país para que además de monedas de cinco aceptasen las de uno, proceso que habría sido costosísimo. La única alternativa, por lo tanto, era subir el precio a diez centavos, e incluso a los consumidores más sedientos habría sido difícil venderles un aumento del 100 por ciento. La compañía se desesperaba. En 1953, el jefe de la Coca-Cola le escribió a su amigo el presidente Eisenhower para proponerle, con toda seriedad, una moneda de siete centavos y medio. Es un ejemplo muy radical. Sí, claro, pero la verdad es que el tema no se agota con lo de las máquinas dispensadoras. La Coca-Cola también hacía un gran hincapié publicitario en que un vaso valía cinco centavos. Algunos anuncios se limitaban a grabarse en la memoria, pero hubo otros de una permanencia increíble: te los encontrabas en las bandejas para vasos, y hasta en grandes murales en las paredes de los edificios. La compañía también distribuía vasos gratis de Coca-Cola para asegurarse de que los puestos de venta no fueran cicateros en las dosis. Y todo ello, entre otras cosas, porque Coca-Cola había firmado contratos a largo plazo con precios fijos. No es que todas las empresas tengan que vender sus productos en máquinas dispensadoras que funcionan con monedas de cinco centavos, pero sí hay muchas que tienen que lidiar con contratos a precio fijo y precios que perduran a través de la publicidad. Aun así, no deja de ser cierto que la mayoría de las empresas no esperan tanto para cambiar los precios. Los investigadores han tendido a concluir que muchos precios cambian más o menos cada año, si no más. Uno de los investigadores que ha documentado la historia de Coca-Cola, Daniel Levy, también ha calculado que a mediados de los años noventa costaba cincuenta y dos centavos cambiar el precio de un solo tipo de producto en un supermercado. Podrá parecer insignificante, pero al haber varios cientos de miles de productos en las estanterías los cambios de precio sumaban más de cien mil dólares por tienda, y aproximadamente representaba un tercio de los beneficios.
En otro estudio de Levy y sus colegas, esta vez sobre un gran fabricante de maquinaria industrial, lo realmente costoso de modificar los precios era el tiempo de gestión e investigación, la comunicación de los cambios a los vendedores y la renegociación con los clientes. El coste total de variar los precios superaba el 20 por ciento de los beneficios. No son costes que puedan impedir que los precios cambien durante setenta años, pero sí pueden frenar el proceso lo bastante para marcar la diferencia."