"Graham comienza su exposición original (1949) de
«El inversor como propietario de la empresa» señalando que en
teoría, «los accionistas, como clase, son los reyes. Actuando como
mayoría, pueden contratar y despedir a los directivos y hacer que
se plieguen absolutamente a sus voluntades». Sin embargo, en la
práctica, Graham afirmaba lo siguiente:
Los accionistas son una absoluta calamidad. En
conjunto, no muestran ni inteligencia ni disposición. Votan, como
si fuesen un rebaño de borregos, cualquier propuesta que recomiende
la dirección, por malo que pueda ser el historial de resultados de
la dirección.... Es como si la única forma de inspirar al
accionista medio estadounidense para que adopte una acción
inteligente por su cuenta, de manera independiente fuese ponerle
un petardo debajo de la silla... No podemos resistirnos a la
tentación de mencionar la paradoja de que hasta Jesús parece haber
tenido un sentido empresarial más practico que el de los
accionistas estadounidenses.1
Graham desea que centre usted su atención en un
hecho básico y a la vez increíblemente profundo: cuando compra una
acción, se convierte en propietario de una empresa. Sus directivos,
todos ellos, hasta llegar al consejero delegado, trabajan para
usted. Su consejo de administración debe rendir cuentas ante usted.
Su dinero en efectivo le pertenece a usted. Sus actividades
empresariales son suyas. Si no le gusta cómo se gestiona su
empresa, tiene derecho a exigir que se despida a los directivos,
que se cambie a los consejeros, o que se vendan los bienes del
patrimonio de la empresa. «Los accionistas», declaraba Graham,
«deberían despertarse»"
Benjamin Graham...