Se acaban de cumplir dos años de la confesión de Jordi Pujol por haber estafado a Hacienda durante más de treinta años. Tan patriota él, confundió Cataluña con Andorra y allí extraditó millones mientras aquí nos daba lecciones de moralidad cívica.
Seguramente para la inmensa mayoría de ciudadanos, los cobros ilegales del 3%, el entramado mafioso de toda su familia amparada por su poder institucional, el chantaje y saqueo a empresas con adjudicaciones de obra pública, el fraude continuado a Hacienda, las subvenciones para comprar el silencio o la colaboración…, para la mayoría de los ciudadanos, repito, seguramente sean el mayor escándalo y la peor herencia que nos dejó el gran timonel del catalanismo.
Siendo una degradación política intolerable, de ninguna manera es su peor herencia. Su peor legado es haber envenenado el alma de millones de catalanes hasta convertir la sociedad tolerante y cosmopolita que heredó de la Transición en una sociedad emponzoñada de resentimientos, exclusiones y violencia latente. Barcelona, y por extensión, toda Cataluña, era una ciudad cosmopolita, de acogida, mestiza y dinámica. Un espejo para toda España durante los años setenta. Hoy es una colosal secta de talibanes del catalanismo que han impuesto una realidad étnica basada en el odio a cuanto representa a España y de exclusión del diferente. Sean catalanes de adopción o de añada.
La manipulación de este ser mezquino y miserable, atormentado por un sentimiento nacional religioso, ha sido tan eficaz, y general, que cuando lleguen los días de la derrota de ese fraude supremacista con que infectó los sentimientos nacionales de millones de catalanes, nadie ni nada podrá controlar la frustración. Sobre todo la de los embaucados, los únicos inocentes por ilusos. Pujol y el ejército de mantenidos de la construcción nacional que han llevado adelante el proceso estarán preparados para vivir de las rentas, pero los millones de catalanes, que de buena fe se creyeron las patrañas de esa gentuza, se habrán quedado sin la pulsión más importante de su vida. Su proyecto vital como sociedad no tendrá sentido, o si quieren, en muchos, su vida, como la del personaje de Unamuno, Don Manuel Bueno Mártir, seguirá mostrando la creencia a pesar de haber dejado de creer en Dios. ¿Conocen a muchos hombres que acepten la derrota con resignación sin negar la evidencia..? Conocen a muchos que acepten esa derrota sin resistencia..?
Cuanto más pronto reparen todos los españoles, pero sobre todo, todos los catalanes, que la ideología nacional catalanista que ha logrado convertir a la sociedad catalana en una cloaca, no es mejor, ni siquiera diferente a movimientos fascistoides latentes hoy en toda Europa y ayer fascismos puros y duros, más pronto les perderemos el respeto inadecuadamente atribuido a esos gobiernos nacionalistas instalados en el saqueo, la intolerancia y en el desprecio a la ley democrática.
El ex presidente de la Generalidad, Jordi Pujol heredó una sociedad dispuesta a convivir con distintas lenguas, con diferentes culturas y el mejor ánimo para defender la lengua y la cultura catalanas. A la vuelta de tres décadas, media Cataluña quiere imponer a la otra una cultura y una lengua; y la otra media, humillada hasta el hastío, ya no está dispuesta a que la pisoteen más. La generosidad de la España Constitucional le otorgó un marco de autogobierno envidiable para cualquier país federal, pero Pujol y su herencia no correspondieron con la lealtad debida. A la vuelta de tres décadas, su delirio ha logrado romper los lazos de afecto con el resto de españoles, ha derruido los pilares de la convivencia con el resto de España, y en su lugar solo queda prevaricación, filibusterismo, amenazas de rupturas unilaterales, y mucho odio. Heredó una Cataluña tolerante y en paz, y nos deja una Cataluña crispada a las puertas de la violencia. Este es su legado tóxico, el peor de los legados posibles. Su confesión, al menos, acabó de cuajo con su referencia moral. De momento…
P.D- Mientras escribía esta advertencia, sus discípulos proclamaban la independencia unilateral por capítulos en el Parlamento de Cataluña. No sólo es él el culpable. Nuestros padres de la patria han asistido a la transmisión en directo y por capítulos de ese golpe institucional sin darse por aludidos. Alguien les debería advertir, como le reprochó Churchill a Chamberlain, que la cobardía y el complejo ante el mal, se suele pagar con la violencia.
Antonio Robles