Re: Socialismo: el sistema politico que transforma a las personas en un pixel.
que no te confundan txuska...muchos conservadores han variado el rumbo...y lo han hechopor el miedo no....el pavor al posthumanismo...se que entramos en terrenos de megapensadores....pero te dejo esto...y ya si quieres hablamos sobre francis y sus miedos...y aqui mientras discutimos si la tiene mas grande mas o el mas glande es el de rajoy...seremos imbeciles...un abrazo...
El posthumanismo económico es la nueva forma del imperio
David Carrión Alemán en Megatendencias
Sábado 18 de diciembre de 2004, por ediciones simbioticas
La ocupación económica de países y el recurso a la guerra forman parte de este sistema derivado del capitalismo.
El sistema económico se ha hecho posthumanista desde que ha comenzado a funcionar con plena autonomía sin referencia a las necesidades humanas, a cuyo servicio estaba destinado originalmente. Es un sistema derivado del capitalismo que pretende ocupar la totalidad de la conciencia humana. Sin embargo, su actuación genera exceso de oferta en el mercado, deslocación de empresas, ocupación económica de países (que legitima el recurso a la guerra) e inestabilidad financiera.
Llamaría ’posthumanismo’ a un momento de evolución cultural en Occidente en el cual el sistema económico funciona con autonomía plena, sin referencia a las necesidades humanas a cuyo servicio estaba destinado originalmente.
Es un sistema derivado del capitalismo, que ya no coincide con él, y que exige que las personas y los grupos humanos se adapten a su dinámica, y no a la inversa.
El posthumanismo es una modalidad de Imperio muy particular. No es, como los anteriores, un imperio territorial, y de hecho su primera limitación son los Estados con cuya soberanía mantiene un constante combate.
Es casi invisible, pues carece de una forma precisa. Como todo imperio, tiende a su expansión, pero ésta en vez de dirigirse al territorio busca ocupar la totalidad de la conciencia humana.
Movimiento a-histórico
Es un movimiento que quiere ser a-histórico. Para que no se produzca ninguna interferencia en ese ’borrado’ de humanidad en el núcleo motriz de tal sistema, debe concebirse la sociedad sin historia.
El politólogo Francis Fukuyama, en su célebre ensayo financiado por la Fundación Rockefeller, (sic), anunció ya dicho fin en 1992, explicitado como el fin de las teorías políticas que explican el funcionamiento del Estado nación.
El libro podría ser muy recomendable para un análisis del nuevo género literario “toma-un-capítulo-dame-un-cheque” . Sin embargo, y pese a sus carencias, el ensayo elevó al Sr. Fukuyama al estatus de mega-pensador de la post-modernidad, y era citado dentro de los Estados Unidos continuamente, lo cual encumbró aún más lo que para gran parte de la comunidad intelectual y científica no era sino un encargo mediocremente ejecutado.
Lo cierto es que Fukuyama logra esbozar con claridad su teoría. Y tiene un trasfondo que reviste especial importancia: el fin de la historia constituye la pretensión de olvidar nuestro pasado. Este olvido de nosotros como seres históricos allana el camino para la dominación cultural y la aceptación sin fisuras del posthumanismo.
Olvido difícil
Lo que ocurre es que, de vez en cuando, la gente se da cuenta de que camina por calles construidas con el esfuerzo de sus padres, abuelos y antepasados. Que disfrutamos de libertadas arrancadas mediante el sacrificio de muchos de nuestros ancestros. Que tenemos conocimientos sedimentados durante siglos, enriquecidos por la tarea de ilustres miembros de esa historia que el posthumanismo quiere borrar a mayor gloria del mercado.
No todo el mundo olvida tan fácilmente de donde viene. Es revelador el actual crecimiento en la proporción de oferta de consumo a niños y adolescentes. Las empresas dedican mucho esfuerzo a ese sector de edades porque son y van a ser muy rentables, dicen.
Pero ni la saturación mediática y comercial que sufren las franjas mas jóvenes de la sociedad, ni la degradación del sistema educativo hasta convertirlo en una educación-mercancía, o educación-ideología posthumanista, van a producir los resultados deseados.
Porque el adolescente se olvidará de en que tierra vive o cual es el pasado histórico de su comunidad, de igual forma que olvidará el último producto o el último bombardeo mediático.
Su amnesia cultural también lo será comercial.. Igual que en las películas de criminales en las que el lugarteniente elimina a su jefe para cobrarse todo el botín, la deslealtad lo es con todo.. No se puede obtener, in fine o durante mucho tiempo, deslealtad que al mismo tiempo sea leal a un solo poder.
Irresponsabilidad
Por otro lado, la pérdida de sentido histórico también consigue evitar la responsabilidad de la extensión de nuestros actos en el futuro. Ya que no hay historia que preservar, gastémonos el presente alegremente, y que se apañen los que vengan.
La noticia de que en los últimos cincuenta años, la humanidad ha consumido el 30% de los recursos naturales del planeta es una noticia de fácil acceso para cualquiera, pero nadie parece escandalizarse demasiado.
En todo caso, a ese ritmo, nos quedarían menos de cien años más de viabilidad, lo cual no esta mal si se evita pensar que quizás, solo quizás, vengan descendientes que cambien desearán su porción de energía, agua potable y aire fresco. El posthumanismo permite conciliar realidades como la citada, con un marcado optimismo en las pautas de consumo nacionales e individuales.
Vacío personal
Todo eso no constituye, en absoluto, un sistema capitalista. Además, el posthumanismo, por mucho código digital sobre el que descanse, no es infalible. El moldeamiento de las conciencias a través del bombardeo mediático, si bien da innegables frutos en esa pérdida de sentido histórico, genera al mismo tiempo un vacío personal que termina por alimentar la creciente disfuncionalidad del sistema económico.
Estos chirridos en la maquinaria invisible esbozan aquello que quiere negarse: el afán totalitario del fundamentalismo de mercado conduce al colapso de la sociedad humana.
Veamos algunos ejemplos de esa falta de coherencia entre la propaganda que despliega el posthumanismo y sus resultados reales:
1. Exceso de oferta
En el Occidente rico, el crecimiento de la desigualdad conduce a excesos de oferta en el mercado, que a su vez producen la contracción drástica de factor trabajo, disminuyendo la capacidad de compra de un número creciente de familias.
Véase la burbuja tecnológica y los despidos masivos en las compañías de telecomunicaciones e informática. Un argumento del posthumanismo: en Europa hacen falta cubrir 3 millones de puestos de trabajos tecnológicos, y no hay cómo cubrirlos.
Evidencia histórica: para generar esos 3 millones de puestos, se han destruido 12 millones de empleos en el último decenio.
2. La deslocación
La deslocación, o colocación de las sedes de producción y manufactura en países emergentes, es, en realidad, una exportación del factor trabajo, para su abaratamiento hasta límites incoherentes con la naturaleza biológica del “factor trabajo”.
Cuando se exporta algo, se produce a su vez una entrada en el país exportador, bien divisas, bien otra cosa. Con la exportación de la mano de obra, estamos importando paro masivamente.
Las políticas de pleno empleo que se anuncian no son más que la pretensión gubernamental de que los ciudadanos somos tontos. En este momento, no está en manos de los gobiernos la creación de empleo en su entorno estatal. Es una economía global que en absoluto lleva pareja una sociedad global.
Si no se actúa del mismo modo que las empresas, es decir, a nivel mundial, ningún gobierno puede compensar la sangría de puestos de trabajo que las grandes compañías exportan a países con legislaciones laborales inexistentes o inaceptables.
El cinismo de las ZPE
Respecto de lo anterior, el cinismo con que las firmas transnacionales actúan es superlativo. Éstas seleccionan países cuyas condiciones laborales sean lo bastante permisivas como para permitir pagar salarios por debajo del nivel de subsistencia.
Pero también son capaces de levantar zonas sin ley, incluso dentro de países democráticos (como México). Zonas cerradas, militarizadas, libres de impuestos, ajenas a la injerencia de los gobiernos locales, y que por supuesto, no tributan en el país anfitrión por su actividad.
Dichos infiernos industriales, llamados Zonas de Procesamiento de Exportaciones, “ZPE”, son actualmente el paradigma de la explotación humana. Se calcula que existen unas 1.000 ZPE en todo el mundo, con unos veintisiete millones de personas sometidas a trabajo esclavo dentro de ellas.
El interés por las ZPE surgió a partir de las denuncias contra la compañía Nike hace siete años, y a las imágenes de la ZPE de Cavite, en Rosario, Filipinas, que dieron la vuelta al mundo.
Pero el listado de empresas que externalizan su producción a estos centros de trabajo esclavo es enorme, con sectores que van desde la manufactura textil hasta las piezas y pantallas de ordenador.
El salario medio en una ZPE es de 18 centavos de dólar por hora, pudiendo bajar a los 6 centavos de dólar en el caso de mano de obra infantil. La Organización Internacional del Trabajo estima en unos 87 centavos por hora el ingreso necesario para subsistir. No resulta extraño que la mayor parte de los trabajadores sean mujeres, de edades entre 12 y 25 años.
3. Ocupación económica de países
Acompañando a una tendencia a reducir los programas mundiales de ayuda al desarrollo, se acelera la ocupación económica de los recursos de Africa, Latinoamérica, y Asia Central.
En aras de dicha ocupación, ahora resulta “legítimo” el recurso a la guerra y la violencia contra países enteros. Esto produce, indefectiblemente, mayores tasas de pobreza extrema en las poblaciones de dichas regiones, lo cual favorece los movimientos migratorios a gran escala.
La solución de Occidente, emblemática en Europa con su espacio Schengen, es la de endurecer fronteras y tratar como población ilegal a los que logran atravesar la barrera. Se dificulta, o impide directamente, la regularización de dichos sin papeles. Estas personas son explotadas con sueldos imposibles y condiciones de servidumbre propias de la era preindustrial.
Llegamos así a otro círculo vicioso similar al citado anteriormente de: exceso de oferta - despidos masivos - caída de la demanda - exceso de oferta. En este caso, la contratación de personas en situación irregular arrastra a la baja las retribuciones medias al trabajo de los propios nacionales.
Proceso al inmigrante
Los salarios no se están conteniendo, como siempre recomienda un ministro del actual gobierno. No, las rentas de trabajo llevan descendiendo desde hace años. Los salarios bajan en términos “nominales”, desde hace varios años. Esta tendencia está, sin duda, vinculada al fenómeno de la inmigración, que sin embargo históricamente ha servido para elevar el nivel económico del país de acogida, (casos de Estados Unidos, Alemania, Francia, Suiza).
Dicho círculo vicioso encierra más crueldad que el anterior del exceso de oferta. Por un mecanismo en el que los medios de difusión no son inocentes, ¡se culpa a los inmigrantes! Se culpabiliza del proceso de explotación a la población extranjera, que suma ahora el papel de culpable al de doble víctima.
Los inmigrantes extranjeros son víctimas de explotación en sus propios países, y sufren el desarraigo que trae consigo la migración. Y son víctimas, de nuevo, de explotación en los países de llegada. El argumento de que viven mejor aquí en una chabola de hojalata, y sin derechos de ninguna clase, que en sus países y bajo sus gobiernos tiránicos y corruptos, parece provenir de la misma fuente que hace a los extranjeros culpables de todos nuestros males económicos y nuestros problemas de seguridad.
4. Inestabilidad financiera
Los mercados financieros, que sustentan el posthumanismo económico global, son intrínsecamente inestables. Los destinos de los ciudadanos de la mayor parte del mundo dependen, en primera instancia, de un sistema circulatorio gigantesco que bombea capitales del centro hacia la periferia, periferia que actúa de usuaria de esos capitales. Y como usuaria, se le puede retirar el acceso en cuestión de horas.
Gobiernos y países enteros deben acomodar sus decisiones a la llamada confianza inversionista. “Los mercados reciben con inquietud el ascenso a la presidencia del político X, y han empezado a retirar fondos”, es un titular muy explotado.
Pero los capitales entran en un país para obtener beneficios a corto o muy corto plazo. Y se retiran con premura ante cualquier atisbo de control de cambios o de regulación estatal.
¿De que sirve, a medio y largo plazo, estar a bien con los mercados financieros? En la crisis de 1997, se hizo dolorosamente visible este mecanismo. Países como Tailandia, Corea, Indonesia o Malasia, que habían estado durante treinta años trabajando por el bienestar común y creado una incipiente clase media, vieron en cuestión de meses que sus altas tasas de ahorro desaparecían y que la pobreza volvía al nivel de los años 70.
Posibles soluciones
La inestabilidad de este gobierno mundial invisible es inconciliable con la enojosa necesidad de los ciudadanos respecto de ciertos elementos de continuidad: un techo estable, un aporte calórico diario, una formación de años para poder competir en el mercado de trabajo.
En cuanto al trabajo, incluso en Occidente la insolencia corporativa raya el absurdo: el 90 % de las empresas duran un año o menos, mientras que a un aspirante a un trabajo se le exige una experiencia en puesto similar de tres años o más.
Las empresas contratan por meses o días, y todo nómada laboral sabe que deberá justificar por qué dejó los trabajos anteriores. Se exige una estabilidad modélica a los individuos y a los gobiernos, mientras que el capitalismo financiero es un flujo inestable de entradas y salidas.
¿Posibles soluciones a estas contradicciones económicas? Cabe adelantar que la primera solución sería dejar de entender el posthumanismo, en todas sus formas, como un proceso irreversible.
Quien tiene dinero tiene en su bolsillo a quienes no lo tienen