Pablo Iglesias entabló ayer en la Puerta del Sol un duro combate con Calderón de la Barca por definir la materia de la que están hechos los sueños. «Soñamos, pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños», fue la letanía que pautó su hermoso, ecuménico discurso: no hay izquierda ni derecha, ni programa ni reivindicación concreta: están «ellos», los malos espectrales de arriba; y nosotros, la gente decente de abajo, que ha despertado.
Para el desengañado autor de La vida es sueño, sólo la muerte supone un despertar auténtico; pero al flautista de España, capital Hamelín, sólo puede despertarle una derrota electoral. Entretanto hay que hacer soñar al público diciéndole -y cito a los oradores- que es la piedra en el estanque, la palanca del cambio, el verso que repica, la dignidad que intranquiliza a los satisfechos, el vapor de nuestro descontento, el anhelo de mar que prometimos, el ensanchamiento de los corazones, la caída de las telarañas, el avance de la alegría, la dignidad que rechaza el asiento en el fortín de la ignominia y la escritura en vivo y en directo de la Historia. Usted no va a un mitin de Podemos: usted está escribiendo el libro de texto de su hijo. Los versos arrebatados de Juan Carlos Monedero causaban estragos en los lacrimales de la concurrencia más cercana a este cronista, con tráfico de kleenex incluido. «¡Qué bonito!», suspiraban, y a sonarse la congestión emocional. Eso nunca lo logrará Rajoy.
La mañana era clara, fría y cortante como el cristal. El paisanaje era plural pero las consignas no: la tricolor y las apelaciones a la lucha obrera desmentían al despistado que creyera en la transversalidad de la base social de Podemos -solo Errejón tendió la mano a votantes de PP y PSOE-, cuyo morado orgánico colonizaba no ya las pancartas, sino todo un merchandising de gorritos, pañuelos, pegatinas y hasta palos de selfie.
Ambiente festivo, naif incluso. Mucha policía sin nada que hacer. Allí una foto del Che, aquí un estandarte del orgullo arco-iris, camiseta del Atleti, libertad para el Sáhara, salvemos la sanidad pública, manchas verdes contra Wert. Para algunos de esos colectivos que han venido calentando el asiento a Podemos en las calles estos tres años tuvo Iglesias encendidas palabras de gratitud. Pero nada dijo de la renta básica universal que demandaban dos de las pancartas más grandes de la marcha.
El tictac, tictac se consolida como nuevo grito de guerra junto a clásicos como Sí se puede o No hay pan para tanto chorizo. Una mujer al megáfono se muestra especialmente creativa: «¡No queremos, no nos da la gana, ser una colonia de la banca alemana!»; «¿Quién lleva la batuta, el pueblo en la calle o el Gobierno hijo de...?»; «¡Grecia, hermanos, nosotros ya llegamos!»; y así. Un avispado con carrito vende refrescos y otro ofrece los grandes nombres del comunismo en libro de bolsillo: de Engels a Rosa Luxemburgo. Arqueología por el cambio, reza la pancarta de un estudiante, demasiado cerca del puesto de libros marxistas.
La espera de los oradores se hace larga. Aparece Carmen Lomana, perfectamente maquillada, con micro de reportera chic; pero la gente olvida su roscón con Monedero y la pone de pija y de facha. A las 13.25 horas se alza un bosque de puños y un griterío eufórico: es la cúpula podemista que atraviesa por la mitad la plaza abarrotada, para desesperación de sus escoltas. Las manos palpan a Iglesias como a un taumaturgo: en breve necesitará papamóvil. Luego, en el atril, su prosodia hip-hopera se apropiará de la causa no ya de la famélica legión, la II República y el antifranquismo de toda la vida: sino hasta del Dos de Mayo y el espíritu de 'Alonso Quijano'. Así cualquiera. Pero hasta que se cuenten los votos, va ganando Calderón.