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En Catalunya, el descontento nacional y el descontento social se retroalimentan con más intensidad de la que algunos perciben.
Martes, 26 de mayo del 2015
Solo hacía falta un poco de olfato periodístico para prever que las elecciones locales en Catalunya dibujarían un mapa ostensiblemente decantado hacia las izquierdas y el soberanismo. En términos porcentuales, en el 2011 las derechas (CiU, PP y C's) sumaron el 41,02% de votos, cifra que anteayer se vio reducida al 36,43%. A su vez, las izquierdas (PSC, ERC, ICV/Podem... y CUP) han pasado del 44,71% al 52,40%. Si nos fijamos en el eje nacional, el vuelco electoral es también contundente. Los partidos unionistas (PSC, PP y C's) han pasado del 39,03% al 31,97%. Por contra, las fuerzas políticas programáticamente partidarias del derecho a decidir (CiU, ERC, ICV/Podem... y CUP) han pasado del 46,70% al 56,86%. Se podría objetar que la adscripción del PSC al bloque nítidamente contrario al derecho a decidir es cuestionable, pero aún lo sería más sumar los votos socialistas al soberanismo.
Si la oposición la reducimos a la alternativa unionismo/independentismo, el vuelco electoral también es evidente. Como ya he apuntado, el unionismo (PSC, PP y C's) ha perdido más del 7% de apoyo electoral y ha pasado de 2.588 a 1.688 concejales. Por el contrario, las fuerzas independentistas (CiU, ERC/MES... y CUP) han pasado del 38,27% al 45,06% y de 5.343 a 6.077 concejales. Nuevamente, se podrá objetar que Unió Democràtica no ha definido su postura sobre la independencia, pero también es verdad que un número significativo de candidatos y votantes de las izquierdas agrupadas en torno a propuestas como Barcelona en Comú se definen como independentistas.
Los partidos y la sociedad
Sea como fuere, ya no hablamos de encuestas, y el comportamiento electoral de las municipales apunta dos tendencias de fondo en Catalunya. En primer lugar, el descontento social con la gestión de la crisis es muy profundo. Y en segundo, la quiebra del proyecto nacional español en Catalunya ya es sistémica. Hacer metáforas como la del suflé para referirse al soberanismo catalán es sencillamente ridículo. Es vivir fuera de la realidad. La singularidad catalana radica, precisamente, en que conviven los dos descontentos, el social y el nacional. No siempre comparten calendario o prioridades con plena sintonía, pero se retroalimentan con más fuerza e intensidad de la que algunos observadores son capaces de captar.
La fuerza del cambio social en Catalunya está desdibujando el sistema tradicional de partidos, y las formaciones políticas que no demuestren capacidad de adaptación serán residuales. Ahora no es la sociedad la que se adapta a la oferta de los partidos, son los partidos los que deben adaptarse a una sociedad que vive con incomodidad el corsé de la vieja política. La mutabilidad política es máxima. A corto plazo, las principales amenazas para el soberanismo son el sectarismo o perder de vista que el anhelo de justicia social y el deseo de libertades nacionales plenas son inseparables. También mostrar tibieza en la lucha contra la corrupción. El debate real no tiene nada que ver con cuestiones puramente instrumentales como el de la lista única. El debate sustantivo es el del proyecto de país.