Mas y Junqueras son las dos caras del soberanismo, y su resumen; sus caracteres son antagonistas y se complementan, pero no a través de sus virtudes sino por sus defectos, que han acabado diamantando las ya de por sí modestas posibilidades del proceso independentista.
Mas es el cínico, el que no tiene escrúpulos, el que se sonroja más cuando dice la verdad que cuando miente, el que no tiene ningún otro principio, ni objetivo, ni ética, ni moral que ser y continuar siendo el presidente de la Generalitat. Mas es el que se supone que tiene que ser católico pero no cree en nada, ni tiene ninguna tensión espiritual, es incapaz de cualquier generosidad, y cada uno de sus movimientos responde a su matemática fría y calculada por mantenerse en su cargo.
Mas es urbano, de Barcelona, y todo en él es impostado, artificial. Estudió en la escuela Aula, que enseña los procedimientos y olvida las finalidades, una escuela obsesionada en los mecanismos y que reduce el talento y la sensibilidad a una mera cuestión contable, y cuantificable. Por ello Mas no es solo un político deformado, sino un hombre contrahecho. Tiene más orgullo que intuición de cómo proyectarlo para que sea fértil. De cuando le traté, recuerdo que presumía de escribirse él mismo los discursos, pero sin preguntarse si eran realmente buenos; o que se crecía cuando salía a dar mítines con fiebre, y los alargaba para demostrar aguante, aunque tres horas de chapa no sirvieran para nada y aburrieran al más abnegado entusiasta.
Contable con sueños
Mas es el contable con sueños de poeta, el señor de mente simple y cuadriculada que un día tiene un subidón de azúcar y le da por intentar convertir en realidad, y de un modo literal, las más bellas canciones de los cantautores comunistas o ácratas. Entre la ambición por el poder, el orgullo mal digerido, y un sentimentalismo de oficinista con ínfulas líricas, a Mas no le ha importado nada, ni nadie, para insistir en su delirio, y aunque todo el mundo vea que está acabado, y lo esté, intentará agarrarse al poder hasta el último suspiro.
Mas es letal, se cree elegido para su cargo, quiere sangre y no le da miedo perder. Son cualidades sin duda imprescindibles para cualquier político que aspire a algo grande, pero no bastan para la grandeza. Hace falta algo más, como la inspiración; como que también los demás, y no solo tú y tu club de fans (a sueldo) acaben creyendo que realmente eres el elegido. Mas tiene lo primero, pero carece de lo segundo por completo: por ello ha podido llegar hasta aquí, y por ello, también, su final será de tragedia.
Junqueras es rural, buen tipo, no tiene ninguna misión concreta, ni siente que la tenga, pero procura hacer su trabajo bien hecho. Aunque su entorno intelectual es el hundimiento de la Humanidad, él es católico y su fe es sincera; como también lo son sus afectos, sus intereses, y el modo de vivir su vida con sus amigos y familia. Es profesor de Historia y sabe cosas inesperadas. Como el presidente Macià, cuida de su huerto, y en el caso de Junqueras no es solo una metáfora.
Supera moralmente a Mas porque tiene escrúpulos, pero pierde siempre contra él en la confrontación política porque no tiene ambiciones, ni es letal, ni quiere sangre. No miente tanto como Mas -de hecho casi nunca miente-, pero su sinceridad acaba siendo una estéril pieza de museo, porque no tiene ninguna verdad que proteger, y por ello Mas, aunque sea mintiendo compulsivamente, siempre le gana imponiendo las suyas: la farsa del referendo del 9N, la candidatura unitaria, Mas como único presidenciable, y lo que en los próximos días venga.
Desleales
Aunque Junqueras tenga razón de estar decepcionado con Mas por sus engaños continuados, y que ya para nada confíe en él, también es cierto que Junqueras no ha sido con los catalanes lo sincero que le exige a Mas que sea con él, y por ambición o por cobardía, los dos han sido a su manera desleales.
Junqueras es algo indolente, algo dejado, yo diría que hasta bastante descuidado, pero sabe sacar provecho de estos aparentes defectos, convirtiéndolos en una suerte de naturalidad a la hora de tratar con la gente. Si a Mas la gente le incomoda, y está siempre tenso, a Junqueras la gente le gusta, disfruta con ella, escuchando sus historias y contando él las suyas, sin tener que fingir un interés que naturalmente siente.
La relación entre ambos se basa en la necesidad, el miedo y el desprecio. Mas necesita a Junqueras para ser presidente, y Junqueras los votos de Convergencia para que Cataluña pueda ser algún día independiente. Junqueras siente miedo de Mas y de Convergència, un miedo que nace del complejo de inferioridad; una inferioridad, sobre todo, de clase social. Y si Mas desprecia a Junqueras por payés, por iluso, y por menor, Junqueras desprecia Mas por gafe, por torpe y por corrupto. También es cierto que ni Junqueras se esperaba que Mas llegara tan lejos en su independentismo, ni Mas habría creído nunca que se encontraría a un presidente de Esquerra Republicana tan listo.
Íntegro por convicción
Junqueras es íntegro por convicción, y Mas tiene la convicción de que todo vale si le ayuda a ser presidente. Mas quiere ser presidente de algo que no sabe exactamente lo que es, pero que en cualquier caso le da poder. Junqueras quiere que su Cataluña, que conoce perfectamente, se separe de España, pero le da una mezcla de miedo y de pereza liderar la gesta, inevitablemente violenta, de la independencia.
Junqueras no se fía de Mas y Mas quiere ser presidente y refundar Convergència a costa de Junqueras. Mas ataca, Junqueras espera. Mas tiene miedo de perder y Junqueras tiene miedo de ganar. Mas apura lo que le queda y Junqueras todo lo tiene por estrenar.