El lema del PP catalán durante la pasada campaña electoral rezaba así: “España, amb seny”. Madre mía. Como sabe cualquier catalán (o cualquier español con un mínimo conocimiento del catalán), España, en catalán, se escribe Espanya y no España, igual que, como sabe cualquier español, Cataluña, en castellano, se escribe Cataluña y no Catalunya. Así que, respecto al idioma de su lema de campaña, el PP tenía ante sí tres opciones sensatas. La primera consistía en escribirlo en catalán: “Espanya, amb seny”; la segunda consistía en escribirlo en castellano: “España, con sentido común” (o “con dos dedos de frente”); la tercera consistía en escribirlo unas veces en catalán y otras en castellano. Pero, en vez de optar por la sensatez, el PP optó por el disparate; cabe preguntarse por qué. ¿Porque algún descerebrado creyó que mezclar el catalán y el castellano supone abogar por el bilingüismo? ¿Porque esa lengua macarrónica les pareció simpática y moderna y guay? ¿Para subrayar que quieren una Cataluña dentro de España? ¿O fue con el fin de insinuar que son catalanes ma non troppo, como si sospechasen que ser del todo catalán es incompatible con ser español del todo? ¿No será por ventura que esa frase memorable es obra de un hábil submarino de la CUP, tan hábil como para colarles un lema que en realidad viene a decir: “No me voten, catalanes, que no tengo dos dedos de frente”?
El disparate lingüístico se ha apoderado de nuestro país. Quien no respeta el lenguaje no respeta la realidad
Es imposible descartar ninguna de las anteriores explicaciones, pero me atreveré a añadir otra, más sencilla. La explicación es que desde hace tiempo el disparate lingüístico se ha apoderado de nuestro país. Yo, cuando hablo en inglés, digo London y New York, cuando hablo en italiano digo Napoli y cuando hablo en francés digo Paris (sin la ese final); en cambio, cuando hablo en castellano digo Londres y Nueva York y Nápoles y París (con la ese final). Es lo que hace todo el mundo, porque es lo que dicta el sentido común, la lógica histórica de las lenguas (la lógica de una lengua es su historia): en castellano, Nueva York y Nápoles y París (con la ese final) se llaman así, igual que en catalán se llaman Nova York y Nàpols y París (con la ese final) o que en castellano Cataluña se escribe Cataluña y no Catalunya, que es como casi todo el mundo escribe esa palabra en español, al menos en España (en Latinoamérica no: allí no llegó el disparate). Yo me temo que acabaré siendo la última persona que escriba, en castellano, Gerona y Lérida, que es como Gerona y Lérida se escriben en castellano, del mismo modo que, en catalán, escribo Saragossa y Osca, que es como Zaragoza y Huesca se escriben en catalán. Considerar un signo de respeto por el catalán el hecho de escribir, en castellano, Girona y Lleida constituye no sólo una falta de lógica y de sentido común, sino también una falta de respeto al lenguaje y al propio idioma catalán: algo parecido a escribir, en castellano, San Cucufate en vez de Sant Cugat (en castellano Ultramort es Ultramort y Sant Aniol d’Aguja es Sant Aniol d’Aguja). No digo que, en este terreno de la toponimia, todo esté siempre claro: yo creo, por ejemplo, que hay casi tantas razones para escribir en castellano Banyoles o Figueres como para escribir Bañolas o Figueras (ambas son ciudades pequeñas o pueblos grandes, y de ahí el problema), igual que hay casi tantas razones para llamar a una calle del barrio de Gracia de Barcelona, en castellano, Perill como para llamarla Peligro, que es como muchos la han llamado siempre en castellano. Aunque quizá me equivoco; estoy dispuesto a discutirlo. Pero lo que no admite discusión es que, en castellano, Cataluña se escribe Cataluña y, en catalán, España se escribe Espanya, sencillamente porque esa discusión no la admiten ni el catalán ni el castellano.
Ya sé que este artículo es inútil. Ya sé que seguiremos escuchando a los locutores de la radio y la tele diciendo en castellano Girona y Lleida después de haber dicho Nueva York y Londres, porque algún insensato les ha hecho creer que así muestran un gran aprecio por el catalán cuando en realidad muestran un gran desprecio por él, destruyendo de paso el castellano. Pobres de ellos; pobres de nosotros. Nuestros disparates políticos son un reflejo de nuestros disparates lingüísticos, porque quien no respeta el lenguaje no respeta la realidad.
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