Arnaldo Otegi está inhabilitado, es inelegible y además se trata de un impresentable, tanto en términos jurídicos como políticos y morales. No cabe más interpretación de las sentencias que pesan sobre El Gordo, uno de sus alias en la banda terrorista ETA. Los juristas que componen la Junta Electoral de Guipúzcoa (tres magistrados de la Audiencia Provincial: Carmen Bildarraz, Jone Unanue y Felipe Pañalba; la decana de los abogados de San Sebastián, Lurdes Maiztegi, y el catedrático de la Universidad del País Vasco Iñaki Agirrezkuenaga) han determinado por unanimidad que el sujeto no está en condiciones de ser candidato.
Estos señores y señoras no han dudado lo más mínimo al valorar los deméritos legales del personaje. Si hubieran cedido a las presiones mediáticas, a las pretensiones políticas de la izquierda y a las advertencias del separatismo, a estas horas podrían estar tan tranquilos tomándose un txakoli con berberechos, pero han optado por aplicar al asunto la letra y el espíritu del marco constitucional.
La organización que ampara a Otegi, la Batasuna de siempre transformada ahora en EH-Bildu, ha anunciado que recurrirá, por lo que el expediente acabará en manos del Tribunal Constitucional, donde se espera que los magistrados tengan el cuajo de ratificar la difícil decisión de la Junta Electoral.
Puede que el recorrido judicial de la candidatura anime y agite la campaña de los separatistas vascos, pero no es de esperar la más leve reacción popular. Desde la ilegalización de Batasuna a consecuencia de la Ley de Partidos, en tiempos de Aznar, se sabe que el apoyo en la calle a la causa abertzale no es en absoluto relevante. Si en aquella ocasión no ardió el País Vasco, tal como amenazaba ETA y temían los pusilánimes, ahora menos.
Mucho más efecto tiene la peripecia de Otegi en Cataluña, donde es considerado un héroe por el bloque separatista, los palmeros del derecho a decidir y la izquierda acomplejada. La portavoz socialista Meritxell Batet cree que se debería permitir que Otegi se presente, mientras que la ANC, la CUP, ERC y la Convergencia de siempre aprovechan la inhabilitación para hacer ruido y hacerle la pelota al expresidiario, un fenómeno adoptado por el catalanismo para enseñar el colmillo a España. En el ambiente del Cadaqués de Puigdemont, Otegi es un freedom fighter que pone al descubierto el carácter totalitario del Estado.
Otegi, para su desgracia, es más importante y querido en Cataluña que en su propia tierra, donde conocen su trayectoria y procedimientos. En Cataluña, a pesar de las huellas dejadas por ETA, El Gordo es un tipo admirado por el nacionalismo, de la CUP a los mojigatos neoconvergentes. De ahí que las reacciones sean más contundentes y alborotadas en el Principado y que en la ANC debatan homenajear a Otegi el 11 de septiembre, como si el sujeto fuera víctima de la misma represión que las cloacas de Interior ejercen, en teoría, sobre los Pujol, Mas y Forcadell. Una vez le abrieron las puertas del Parlament. Ahora puede ser la estrella invitada en la próxima Diada.