Re: Los toreros y el resto de analfabetos funcionales taurinos pueden jubilarse a los 55 años
La imagen resulta, cuanto menos, llamativa. Las manos que sostienen el capote tienen las uñas pintadas de diferentes colores. Ella, la dueña de esas uñas, dice que le gusta llevarlas así, aunque confiesa que en esta ocasión se le había olvidado. «Ya verás como me critican por ello...», anuncia. «Como cuando me pongo un lazo en el pelo para torear». Ella, la dueña de esas dos manos que agarran firmes el capote esta mañana de sol de otoño en Torrijos, Toledo, donde vive, es Conchi Ríos (Murcia, 1991), la última mujer que ha tomado la alternativa como matadora en España. Lo hizo el pasado mes de junio. Ríos es casi una excepción. Hace ya 20 años que Cristina Sánchez, la más mediática de las toreras, se convirtió en matadora pero la situación no ha cambiado nada. Hoy hay en España, según los datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de 2015, 825 matadores de toros, sólo cinco de ellos mujeres. Con Conchi Ríos este año habrá seis. Pero ella es la única que hoy figura en el escalafón; la única que torea.La torera muestra esas uñas de diferentes colores. Cada una distinta a la otra. Y se lamenta de que algunos lo utilizarán para atacarla. El mundo del toro, critica, «es superficial». «Parece que hay que ser alto, delgado y guapo para saber torear», dice. «Pero no es así. Esto es arte, esto es plasticidad, esto es belleza. Da igual que seas hombre o mujer, la edad, el cuerpo, la cara o el peso... Lo bonito es lo que seas capaz de hacer». En el discurso de Ríos hay una idea en bucle que se repite y a la que de una forma u otra siempre regresa. Los toros, hoy, dice, están perdiendo su «esencia», como la llama. O su «magia», como también lo define. O su «arte», como repite. «Yo quiero que esto vuelva a ser como antiguamente, que la gente estaba deseando ver toreros nuevos, porque es frescura y eso es lo bonito. Gente que conciba el toreo de diferente manera. Yo no voy a ver torear a aquéllos que ya sé lo que van a hacer porque llevo viéndolos 20 años, porque sé hasta cómo andan o cómo respiran. No me interesa. Prefiero lo nuevo. Y que los toreros duren como antiguamente, cuatro o cinco años de boom y luego se retiraban y dejaban paso a otros», explica. «Pones una corrida de los maestros de antes, de Antoñete, de Curro Vázquez, de Julio Robles o de Rafael de Paula y hasta viendo su paseíllo yo me emociono. Los ves cómo andan, cómo se lían el capote de paseo... Y ahora ves a los toreros con cara de mala hostia y que caminan como si se tratara de llegar antes. Todo eso se nota...».Ríos decidió que quería ser torera con 15 años. Nadie en su familia se dedicaba al toro. Sus abuelos, aficionados, la llevaban a la plaza, pero nada más. Un día, viendo una corrida en La Condomina, en Murcia, en la que se indultaron dos toros, se emocionó con los tendidos repletos de pañuelos. «Yo quiero también transmitir eso», les dijo a sus abuelos. «Anda, anda, estás loca, niña», le respondió su abuela. Pero no lo estaba. A escondidas, su abuelo la llevó a las fiestas de un pueblo cercano para que viera un becerro de verdad. Pensó que cuando estuviera cerca del animal se asustaría y se le quitaría la idea. Pero Ríos, una adolescente todavía, que llevaba años en el conservatorio aprendiendo danza, se puso delante del animal con un capote. Entonces, recuerda, comenzó a moverse como si bailara y a pegarle lances al animal. Hoy dice aún que el toreo y el baile son lo mismo. Aquel día que toreó a aquel becerro «como si tuviera un mantón de Manila en las manos», su abuelo y ella tuvieron que escapar a la carrera de la plaza para que no los viera la Guardia Civil. Aquel día Conchi comenzó a sentirse torera.
Pasó tres años sin torear y sufrió una depresión. "Me veía de cajera de supermercado".
Javier Nadales
Se apuntó a la escuela de tauromaquia de Murcia, toreó vacas, se llevó sus primeros revolcones. Nada de aquello le hizo abandonar. Se trasladó entonces a Cádiz con su abuela, «para estar más cerca de los toros». Cádiz, Granada, Sevilla, Albacete, Madrid... Durante aquellos años Ríos hizo una inmersión tan profunda en el toro que desconectó del resto del mundo. Y dejó incluso -la peor decisión que tomó, como confiesa- los estudios. Ríos acaba de mudarse a un adosado a las afueras de Torrijos con su novio, el también matador José Manuel Mas. Apenas llevan un par de semanas aquí, pero ya han cogido su rutina de trabajo. A primera hora de la mañana van al gimnasio, donde practican boxeo y pilates para estirar. Por la tarde, cerca de su casa, completan el entrenamiento diario en un campo de fútbol de tierra. Allí calientan jugando al frontón hasta que rompen a sudar y después dedican cerca de dos horas a hacer toreo de salón. Primero Conchi agarra el capote o la muleta, frunce el ceño, aprieta los dientes y llama al toro de cartón con ruedas que empuja José Manuel como si fuera un animal de verdad. «¡Oeeé!», le dice, mientras arrastra los pies por el barro desigual, lentamente, y prepara el muletazo. Después ella hará de toro y él de torero. En una pareja así, confiesan, todo gira siempre en torno al toro. Sólo desconectan cuando él se marcha a cazar o ella se pone a estudiar Psicología, carrera a la que se acaba de apuntar ahora en la UNED.A la entrada de su casa, en el recibidor, junto al armario donde guardan ese toro de cartón y los trastos de torear, por donde corretea su perra Perla, Ríos tiene un corcho todavía sin colgar, en equilibrio sobre un radiador, repleto de fotos de ella y de mensajes que ayudan a conocerla. «No pongas límites a tus sueños», ha escrito a mano, en mayúsculas, con rotulador azul y letras remarcadas. «La fe es creer en aquello que no es; y la recompensa de esta fe es ver aquello en lo que crees», se lee en otro recorte la frase de San Agustín. «El destino no es cuestión de suerte; es fruto de una elección», recoge un tercero la cita del político William Jennings Bryan. También está apuntada la máxima budista «no veas el mal, no oigas el mal, no hables del mal», la que representan los tres monos, hoy convertidos en emoticonos, que no quieren ver, escuchar ni hablar. Ríos explica que ella cree en la ley de la atracción, en que son nuestros pensamientos, conscientes o inconscientes, los que marcan lo que somos, lo que hacemos y lo que nos sucede. Así se entiende cómo ve ella el mundo de los toros y cómo habla de él.Aquella preparación recorriendo Andalucía y Castilla-La Mancha convirtió a Conchi Ríos en una novillera prometedora. En 2011, en Madrid, en Las Ventas, punto álgido de aquella etapa, se convirtió en la primera mujer que cortaba las dos orejas del mismo novillo. Pero entonces, cuando empezaba a despuntar, dejó de torear. Durante casi tres años no tuvo una sola corrida. Los empresarios no la contrataban. Su apoderado no le conseguía faenas. Y ella se hundió. Un torero es torero si torea. Y aquellos años de sequía total la novillera se sumió, como confiesa, en una depresión severa. «Te has dejado sangre, sudor y lagrimas, como suelo decir yo. Te han quitado de en medio y nadie se acuerda de ti. Te han robado todo lo que les ha dado la gana y no tienes un duro en la cuenta corriente. '¿Y ahora qué?', te preguntas. Hasta los amigos desaparecen. Te quedas absolutamente sola. '¿Y ahora qué?' Te dan ganas de tirar la toalla, de pegar fuego al capote», lo cuenta ella. «No sabía qué quería hacer con mi vida. No tenía estudios. Me veía de cajera en un supermercado». Aquellos años Ríos aprovechó para retomar los estudios y para aprobar el acceso a la universidad. Después se fue a torear a Perú. Una de las peores experiencia de su vida. «Allí no hay leyes taurinas, ni seguridad. Te juegas la vida por nada», lo resume. Regresó a España, pero todo seguía igual. «Nunca dejé el toro, pero fueron los estudios lo que me salvó la vida. Me ayudó a desconectar de aquella bomba nuclear que llevaba dentro en ese momento». Y entonces, casi tres años después, apareció su nuevo apoderado, Alberto García, y la situación cambió.
La critican por sus uñas de colores y un lazo en el pelo. Algunos matadores no quieren compartir cartel con ella.
Javier Nadales
Sueña con Las Ventas. Este año Conchi Ríos ha podido vivir de nuevo del toro y ha conseguido tomar la alternativa. Pero para el que viene, de momento, no tiene ninguna corrida cerrada. Su aspiración, debutar como torera en Las Ventas. En «mi plaza», como la llama. Ríos no sólo es una mujer en un mundo de hombres, en un mundo en el que confiesa que sigue habiendo ese mismo machismo que ya denunciaba hace 20 años Cristina Sánchez y que todavía hoy haya toreros que no quieren compartir cartel con ella. También es una torera joven en el momento de mayor crisis del sector. En 2007 hubo en España 953 corridas de toros, según los datos del Ministerio. El año pasado, 394. Ríos asegura hoy con dureza que la mayor amenaza para su sector no son los antitaurinos ni decisiones políticas, como la de Cataluña, sino los taurinos. «El problema es interno y nosotros lo sabemos», afirma. «Siempre hay miedo por decir la verdad o lo que cada torero vive. Siempre ha habido secretismo. Los toreros nunca hemos podido hablar, porque te dicen que hasta que no seas figura no puedes hacerlo, porque los que están arriba son los que mandan y si quieren te quitan de en medio de un plumazo», se lamenta.Según argumenta, el problema del mundo del toro hoy es cómo está organizado. Por un lado, que los empresarios de las plazas son también ganaderos y apoderados de toreros, el negocio perfecto, para ellos, pero un monopolio en el que el torero sale perdiendo o al que ni siquiera accede si no forma parte de ese círculo cerrado. Y por el otro, que las grandes figuras no hacen nada por ayudar a las nuevas generaciones. «Si quieren a esta profesión deberían mirar por ella y su futuro y pedir por ejemplo que en cada cartel haya dos figuras y un chaval nuevo, para que la gente vaya viendo a esos toreros jóvenes y hacerles sitio para que toreen», afirma. «La generación nueva que llegamos ahora tenemos que mirar atrás y acordarnos de lo que ha pasado y hablar, porque no pasa nada por hablar, para que esto vaya cambiando poco a poco. Nosotros somos el futuro. Pero como sigamos el paso de nuestros maestros, mal vamos, nos cargamos esto».Cuando Ríos era pequeña, en Murcia, veía en la tele a la guerrera Xena y quería ser como ella. Aquel personaje sigue siendo hoy, confiesa, su heroína de ficción favorita. Su madre, en cambio, que superó una depresión y ahora lucha contra un cáncer, es su heroína de la vida real. La superación. Otro concepto al que la torera regresa una y otra vez. Por eso sobre el mueble que sostiene el mastodóntico televisor de pantalla plana en su casa reposa hoy un DVD con las películas de Rocky. Filmes como estos, -«aunque voy a parecer un poco friqui»- le ayudan a motivarse. En la historia del boxeador de Filadelfia ha encontrado un paralelismo con su propia historia. En las convicciones personales, en la soledad que sufre con la derrota, en la lucha hasta el final... Ríos confiesa que ella también ha confiado siempre en sus convicciones. «Jamás dudé que sería capaz de hacer esto. Y creo que eso ha sido positivo porque es lo que me ha hecho no tirar la toalla», afirma. Aun así, como su querido Balboa, aún se prepara para su gran combate. Porque Conchi Ríos se enfrenta a la tormenta perfecta. Ser torera cuando más difícil es ser torero. Aunque ella se ha puesto como meta sólo «ser figura del toreo». La moderada aspiración de «marcar una época. Darle la vuelta a todo. Poner el mundo de los toros patas arriba».