Re: Cataluña 2017: El final del camino.
Como pauta general creo que el termómetro de la opinión pública en una democracia no deben ser las calles, sino las urnas, a través de votaciones regladas y con todas las garantías, lo que no fue el caso del simulacro que organizaron los insurrectos el 1 de octubre, machacando la legalidad constitucional con un golpe de Estado. Pero en algunas ocasiones puntuales, cuando la presión sobre la población se torna asfixiante, o cuando el enojo del público desborda los lindes de la intimidad, un pueblo puede verse obligado a salir a la calle para plantar cara a sus enemigos, decir «basta» y reafirmar su dignidad. En la España reciente ocurrió tres veces: tras el crudelísimo asesinato de Miguel Ángel Blanco, con unas inmensas marchas espontáneas que iniciaron el fin de ETA; tras el atentado de los trenes de Madrid y ayer en Barcelona.
La manifestación ha constituido un formidable éxito. Desborda las mejores expectativas. La imagen de miles de banderas españolas en las calles de Barcelona resulta moralmente muy terapéutica. Supone un baño de realidad y desmonta muchos mitos. Si hubiese que resumir lo que ha ocurrido en Cataluña en la última semana, diríamos que han quedado liquidadas tres patrañas, divulgadas con tesón fanático y cierto éxito por la implacable máquina de propaganda del separatismo xenófobo:
– Mentira 1: «Con la independencia seremos como Dinamarca». La apresurada fuga de grandes empresas de Cataluña, que han buscado refugio en el resto de España en solo 48 horas, fulmina el bulo de que la República independiente sería la nueva Dinamarca. No: sería una depauperada Albania. Sin que se haya declarado la independencia, el poder financiero catalán ya ha volado de la región. Ha bastado con mentar la ruptura para crearles un gravísimo problema. Si la quimera rupturista se impusiese, que no ocurrirá, Cataluña se convertiría en un erial económico. Se ha demostrado lo obvio: necesita al resto de España como el aire que respira.
– Mentira 2: «El 90% de los catalanes apoya la independencia». Así lo proclamó el Govern sedicioso tras su referéndum sin censo, con urnas de juguete, donde podías votar varias veces e imprimirte la papeleta en tu casa. Un paripé. La enorme manifestación de ayer explicitó que en Cataluña pervive una mayoría silenciosa –y pacífica– de ciudadanos que se sienten catalanes y españoles. Hasta ahora callaban, acogotados en las calles por un nacionalismo intransigente y agresivo, que incluso ha roto familias.
– Mentira 3: «El nuestro es un proceso pacífico y democrático». Mantra constante de Junqueras y Puigdemont y terrible falsedad: acosan al discrepante en todos los ámbitos, restringiendo así su libertad, y no respetan la ley, primer ladrillo de una democracia.
Quedan envites muy duros. El Gobierno podría tener que intervenir la Generalitat para reinstaurar el orden. Pero desde el punto de vista moral y económico en solo tres días los sediciosos han perdido su guerra. El sentido común no brilla en su acera. (PD: ¿Habrá dormido bien Sánchez esta noche tras la colosal felonía de dar la espalda a la marcha de ayer en defensa de su país? Ni muy bueno ni muy listo. Así es nuestro Pedro).