Javier Somalo
¿Ha despertado España?
El simplismo al que estamos asistiendo durante el golpe de la Generalidad es sobrecogedor. Resulta que ahora todo lo que está pasando es por un referéndum. Pues no.
Fue Lo que queda de España, en 1979, el libro que retrató la deriva de una nación. Pero a algunos les resultó "anticatalanista". Fue el "
Manifiesto de los 2.300", en 1981, el que alzó la voz ante la persecución. Pero sus firmantes exageraban pese a que uno de ellos, Federico Jiménez Losantos, sufrió un atentado por promoverlo. Era la "Brunete mediática" la que denunciaba la demolición de España en los noventa. Pero no era verdad, más allá de los asesinatos de ETA, fruto del "conflicto vasco". Fue también esa prensa digital reaccionaria la que, a principios de siglo, denunció de nuevo el acoso en las ikastolas y en las escolas, o sea en las madrasas del nacionalismo. Pero no era para tanto y, además, lo importante es el inglés. Eran y somos los mismos de siempre los que pedíamos que el final de ETA llegara con vencedores y vencidos o no sería el final. Pero resultó intolerablemente vengativo. Nada iba a pasar y ha pasado todo lo que se lleva denunciando desde 1979.
¿Es posible que alguien haya descubierto en 2017 el racismo propio de todo nacionalismo y, por ende, del catalán? Racismo de pura cepa, del que señala, persigue, extorsiona, acosa y mata. ¿Cómo se entiende que el diario El País firme editoriales en 2017 que ya publicara Libertad Digital, la brunete digital, en 2001? ¿Cómo es que ahora los cómicos multimillonarios de izquierdas se ponen tristes o los mudos cantan "Mediterráneo"? En definitiva, ¿por qué los colaboracionistas de siempre ahora andan de puntillas en una especie de macabra sardana? Pues lo más probable es que sea por cobardía, oportunismo o una mezcla de ambas.
Pero hay una España que puede haber despertado y no es casualidad que lo haya hecho tras el discurso del Rey. Es la España que nunca consideró exagerado el pronóstico de la ruptura pero que también tenía que pagar la hipoteca y que confiaba en que, al final, unos pocos nunca se impondrían a un país entero. También es la España que hace unos años pedía otra de gambas después de indignarse con las noticias más pesimistas. O la que se decía patriota pero sólo lo expresaba si ganábamos la Eurocopa o el Mundial. Incluso puede que haya una España que se ha caído del guindo y que aún está a tiempo de llorar sinceramente sus viejas culpas. Lo cierto es que nunca les habían hablado tan claro desde el poder como lo hizo el Rey.
Pero, ¿y el presidente del Gobierno? ¿Camina junto a esa España que parece desperezarse? Días después del mensaje de Felipe VI, Mariano Rajoy grabó una entrevista con la agencia EFE que ya sólo puedo interpretar como un ataque de celos: "La decisión me corresponde a mí (…) en el momento que me parezca más oportuno". ¿Una respuesta airada al Rey? En mi opinión, sin ninguna duda.
Y al final, como el Gobierno no quiere, parece que el artículo 155 lo esté aplicando la sociedad civil saliendo de su letargo. El síntoma lo podremos corroborar este mismo fin de semana en Madrid y Barcelona si conseguimos llenar tanto las plazas de Colón y Urquinaona como para que no quepa ni un equidistante, postura imposible entre la ley y su violación.
En estos días convulsos, la incertidumbre también ha hecho mella en el mundo empresarial y, al paso que vamos, el Puerto de Barcelona pedirá afincarse en Segovia. La primera impresión que se tiene cuando grandes firmas anuncian su salida de Cataluña es de alivio: otra España que despierta y que no quiere avalar el camino de la secesión. Muchas de ellas toman esa grave decisión para proteger a los clientes a los que se deben, velando por su seguridad y escapando a tiempo de una dictadura. Seguramente nunca simpatizaron con el nacionalismo o, por lo menos, no izaron la bandera de la ruptura. Otras se limitarán a cambiar su domicilio fiscal por temor sólo a la cuenta de resultados pero pronunciarán el eppur si muove en la intimidad e hibernarán hasta el próximo descuido político.
Pero no olvidemos que hay ciudadanos de Cataluña que jamás podrán salir de allí porque no tienen capacidad de hacerlo. Sucedió en el País Vasco: los que no tuvieron más remedio que quedarse encontraron su buzón lleno de amables peticiones de aguinaldo para ETA. Aplaudo la salida de empresas pero, sin una acción determinante del Gobierno como la que pidió el Rey, el vacío puede dar paso al gueto. Me gustaría también oír el anuncio de una empresa que decide quedarse en Cataluña porque es Cataluña es España… pero, claro, la cobardía política no ayuda a agitar esa breva. Fue a esos ciudadanos de Cataluña a los que el Rey prometió no dejar solos.
También nos hemos adentrado en el muy espinoso camino del boicot. Corren por todas partes listas de productos comercializados por firmas de pedigrí separatista. Que lo noten, ahí tienen su referéndum, nos decimos muchos. Otros nos advertirán de que un boicot siempre provocará el efecto perverso de que paguen justos por pecadores pero, ¿cuántas décadas llevan los justos corriendo con la cuenta de los pecados ajenos sin que nadie se preocupe por ellos?
El que quiera salir de esa sinuosa senda no tiene más que firmar la iniciativa de Amichi u otra de similares intenciones. Es así de sencillo y así de valiente en los tiempos que corren. Otra España que parece despertar y que necesita que un Gobierno la acompañe.
Quedan algunos, como Antonio Catalán, que necesitan algo más de tiempo para decidir si defienden el diálogo o la determinación. El empresario dijo en El Diario –o El Diario lo dice por él– que no se imagina "una España sin Catalunya ni una Catalunya sin España" y añadió: "Creo firmemente en el diálogo. Pero creo que ni Rajoy ni Puigdemont son los interlocutores adecuados para la negociación".
En el Foro Nueva Murcia, celebrado este mismo viernes, dijo: "Yo les hubiera dejado con la butifarra, el bocadillo, y que hubieran hecho una fiesta. Y el lunes, cuando decidiesen que van a hacer la república, cogerlos y a la trena". Y añadió: "¿Hay que dialogar con los que incumplen la ley? Es como si el 23-F nos hubiéramos puesto a negociar con Tejero". Lo último es una verdad como un templo, suficiente como para despertar del todo y unirse a la todavía pequeña corriente de regeneración. Lo contrario sería ingresar en el nuevo club de Andrés Iniesta.
Las razones para manifestarse este fin de semana en Madrid y Barcelona, en definitiva, las razones para despertar, son mucho más profundas que la protesta por un referéndum ilegal, acto último del golpe de Estado. Es por tantos años de sueño e injusticia. Si España despierta pero el Gobierno sigue durmiendo habremos perdido nuestra última oportunidad.