El president de la Generalitat lanzó ayer una soflama contra la democracia española, que, dijo, está enferma y tiene un fallo estructural que viene de lejos: no se hizo limpieza en la Transición. Carles Puigdemont fue agresivo, y tiene su lógica, pues es público y notorio que para el separatismo el juicio del 9-N es el pistoletazo de salida de una revuelta permanente que nos llevará en volandas al referéndum unilateral.
Vayamos por partes. Es cierto –lo dijo Miquel Iceta– que un juicio así no tiene precedentes en Europa, pero tampoco abundan los países en los que los gobiernos hacen caso omiso a los tribunales. Y tiene gracia que el president independentista riña a Inés Arrimadas porque Ciudadanos ha pasado de ser socialdemócrata a liberal, cuando su partido no solo ha mutado de catalanista del peix al cove a separatista sino que ha cambiado de nombre e incluso ha expulsado a su padre fundador. A Puigdemont le sobra rauxa y le falta no solo seny sino memoria histórica. ¿No recuerda que algún alcalde de Franco acabó de conseller con Convergència?
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LA SENTENCIA CONTRA EL ESTATUT
Sí, la democracia española está algo enferma cuando su Gobierno se vio impelido a pedir al Tribunal Constitucional la ilegalidad de una consulta participativa que se presentaba con mucha pompa pero sin ningún efecto jurídico. Y cuando tras tolerarla –pese a la prohibición– para evitar el escándalo de que algún cuerpo policial tuviera que retirar urnas, incitó luego la querella para vengarse de que la consulta tuviera más éxito del previsto –en parte por la publicidad que le brindó la prohibición– y de que Artur Mas compareciera en rueda de prensa para saborear su victoria.
Mas viene a confesar que ni él cree que la independencia ya se toque con los dedos
El Gobierno del PP no ha sabido digerir y afrontar la ola de desafección que produjo en Catalunya la sentencia parcial contra el Estatut. Y lo peor: no ha querido rectificar y enderezar las cosas desde que ganó las elecciones en el 2011. Sí, la democracia tiene serios problemas, porque buena parte de la Catalunya que en 1978 estuvo –con Miquel Roca y Jordi Solé Tura al frente– en el pacto de la Constitución tiene ahora como norte la desconexión.
UN CUENTO CHINO ANTE EL TRIBUNAL
Pero la enfermedad no anida solo en el antiguo partido de Fraga, algunos de cuyos dirigentes –Aznar incluido– votaron contra la Constitución, sino también en los conversos al independentismo. Querer transformar unas autonómicas en plebiscitarias es muy estrafalario. Todavía más proclamar que se ha ganado un plebiscito con el 47,8% de los votos.
Y ahora Puigdemont y Mas se declaran en rebeldía callejera, pero luego Mas recita un cuento chino ante el tribunal: que fue el máximo responsable… pero no desobedeció. Todo fue obra de los voluntarios. No lo criticaré, porque Mas tiene derecho a querer volver a ser president de la Generalitat. Pero es una explícita confesión de que ni él cree que la independencia se toque ya con los dedos. Si así fuese, declararía que desobedeció a conciencia y estaría en óptimas condiciones para disputar la presidencia de la República Catalana.
Puigdemont tiene razón. La democracia española ha enfermado de poca seriedad. En Madrid y en Barcelona.
Joan Tapia