La internacionalización de la crisis, la otra derrota de Puigdemont
Puigdemont, junto al resto de ex 'consellers' huidos, en Lovaina, conmemorando los 100 días de 'exilio'. Thierry RogeAFP
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Los cinco meses de huida de Puigdemont
Alemania deja en prisión a Carles Puigdemont por "riesgo de fuga" a Bélgica
Carles Puigdemont llegó a
Bruselas
el 30 de octubre para internacionalizar el
procés. La escapada a Bruselas, junto a cuatro ex consellers, coincidió convenientemente con
la presentación de una querella contra él, su Govern y otros políticos independentistas, acusados de delitos de rebelión, sedición y malversación de fondos públicos.
Su aventura ha finalizado, de momento, en la frontera entre
Alemania y
Dinamarca. Acaba en
prisión provisional, la misma situación que evitó con su huida. «El exilio era la estrategia acertada», había presumido, contraponiendo su libertad al encarcelamiento de
Junqueras y otros ex consellers.
148 días de fugay 143 más de libertad que algunos compañeros, hasta la detención, que ha sido, probablemente, el momento de
mayor internacionalización del procés, el
publicitado propósito de su huida.
PARAÍSO NACIONALISTA, PERO...
Puigdemont no escogió Bruselas por casualidad. Bélgica es un país marcado por el nacionalismo, en el que la principal fuerza política es un partido independentista flamenco, la
N-VA. Se sentía arropado, mucho más después de que el secretario de Estado para la migración y el asilo belga, el nacionalista flamenco
Theo Francken, conocido por sus comentarios racistas y su durísima política migratoria,
le abriera la puerta a encontrar refugio en el país. Aunque nunca optó por esta opción,
Bélgica es el único país de la UE que contempla la posibilidad de
conceder asilo a ciudadanos europeos. Pero también un Estado con el que España ha tenido problemas, particularmente con la extradición de etarras.
... TODAS LAS PUERTAS CERRADAS...
La tierra prometida no fue tal. Bélgica, en un equilibrio de fuerzas francófonas y flamencas de una fragilidad pasmosa, antepuso su estabilidad a la promoción del procés. La N-VA ha sido la gran valedora de Puigdemont, sí, pero con un perfil bajo.
Ni recepciones gubernamentales ni apoyos expresos de los ministros belgas desde su llegada, sólo invitaciones a
conferencias y mítines. Hasta
las puertas del Parlamento flamenco le cerraron cuando el líder catalán quiso hacer un acto simbólico de toma de posesión, tras ser el independentista más votado el
21-D.
... REPÚBLICA SIN RECONOCIMIENTO
La situación no fue mejor en el resto de países. Durante meses, los líderes independentistas aseguraron que la república catalana sería reconocida en Europa y que la Cataluña independiente
pasaría a formar parte súbitamente de la Unión como Estado soberano. Nada de esto ocurrió. Los Estados miembros, con
Francia,
Alemania y
Reino Unido al frente, cerraron filas con el Gobierno de
Mariano Rajoy tras la
declaración unilateral de independencia. Defendieron con determinación la Constitución española, dijeron que se trataba de un
asunto interno español y negaron todo
reconocimiento a la república catalana. Además, recordaron, un país independiente, como tercer estado, debería solicitar su ingreso en la UE, con todos los peajes que implica.
ESCOCIA, EXCEPCIÓN CÓMPLICE
Ni los despachos de los gobiernos le abrieron las puertas ni tampoco lo hicieron los parlamentos. Las reuniones políticas, y los apoyos de Puigdemont, se han limitado a los movimientos nacionalistas e identitarios de los distintos Estados miembros. Pero fuera de las simpatías por la causa catalana
mostrada por Escocia, también con aspiraciones independentistas, el discurso nacionalista de Cataluña apenas ha encontrado eco en Europa.
DE LA SIMPATÍA A LA CONDENA...
Algunas capitales europeas condenaron con
dureza la acción policial el 1-O y pidieron diálogo como vía de solución política, apelación suscrita por fuentes comunitarias. Pero la DUI fue vista, al contrario, como una ruptura de esa vía, y las instituciones europeas se apresuraron a subrayar que toda solución pasaba por la legalidad española. Una afirmación que la
Comisión ha convertido en mantra. El presidente,
Jean-Claude Juncker, y el vicepresidente primero,
Frans Timmermans, deslizaban en sus discursos apasionadas defensas del Estado de Derecho y ataques descarnados contra las miserias del nacionalismo y sus consecuencias. El presidente del
Consejo Europeo,
Donald Tusk, apoyaba la gestión de Rajoy de la crisis. Y hasta el
Parlamento Europeo cerraba las puertas, literalmente, a Puigdemont.
... DE LA SINTONÍA...
Las escenas de violencia el 1-O, pero también los intentos previos del Gobierno de frenar la consulta, coparon la agenda de Bruselas. La prensa internacional, que en esos días además acudía a las frecuentes sesiones con líderes catalanes en Bruselas, incluido
Raül Romeva, lanzaba preguntas incisivas, casi indignadas, a los portavoces de la Comisión.
Comparaban la situación española con las derivas totalitarias polacas, húngaras e incluso la turca. Pedían al Ejecutivo que viera que la catalana era una cuestión de democracia y derechos humanos. La Comisión regateaba.
... AL DISGUSTO, AL SILENCIO...
La llegada de Puigdemont a Bruselas supuso otro pico informativo. Aquella diminuta sala de prensa abarrotada le recibía ansiosa, aunque entre los corresponsales no gustó la falta de respuestas, la desorganización... Tuvo impacto
la euroroden, la manifestación independentista en Bruselas y
las elecciones del 21-D. Pero, poco a poco, la crisis catalana perdió fuelle. Al acto por los 100 días de exilio, en
Lovaina, acudió una treintena de personas, la mayoría de la comitiva del ex president, en medio de un silencio mediático casi pleno.
... Y EL DESPRECIO
Puigdemont se mostró receptivo a encuentros con los medios internacionales, pero su mensaje fue perdiendo credibilidad. Mientras en Cataluña sus aliados de
ERC le descartaban como candidato, una postura luego asumido por
JxCat ante la imposibilidad legal, el ex president radicalizaba su discurso,
hasta equipararlo con el populismo que reniega de Europa. Su situación ya no solo revelaba, en su opinión, la falta de democracia en España sino que mostraba la deriva antidemocrática en Europa, con críticas severas a los principales líderes, «cómplices de la represión y de un golpe de Estado».