Desafío tras desafío y bravuconada tras bravuconada, el expresidente de la Generalitat Carles
Puigdemont ha organizado un regreso a Bruselascomo el de alguien que hubiera logrado una proeza y que por ello se puede permitir extorsionar al presidente del Gobierno de un país como España. Empezó con una rueda de prensa en la sede de la delegación de la comunidad autónoma de Cataluña en Bruselas, a la que no podía entrar mientras estuvo en vigor el artículo 155, donde lanzó un ultimátum a
Pedro Sánchez, a quien le advertió de que los votos que le sirvieron para ganar la moción de censura
«no eran un cheque en blanco» y que después del verano «se acaba el periodo de gracia».
Luego, Puigdemont junto a sus seguidores más íntimos, entre los que estaba el actual presidente autonómico, Joaquim Torra, y el irreverente
rapero prófugo que se hace llamar «Valtonic», se trasladaron a la localidad de Waterloo, donde se encuentra la mansión que ha bautizado como «casa de la república», con un
alquiler de más de 4.000 euros al mes, para celebrar un acto vindicativo al que asistieron algo más de un centenar de personas, bajo un calor inclemente.
En suma, Puigdemont se permitió ayer extorsionar al presidente del Gobierno para que le pague lo que supuestamente le está debiendo por haberle ayudado a llegar a La Moncloa con los votos de sus diputados. «Septiembre, octubre, tampoco es que pongamos un día concreto en el calendario», afirmó Puigdemont, «pero es razonable pensar que tras el verano, al retomar el curso, Sánchez nos ilumine sobre cuál es su receta» para Cataluña. El actual presidente autonómico reconoció que en la reunión que mantuvo con el presidente del Gobierno ya
le advirtió de que «el otoño será complicado» y que ahora «esperamos que aproveche el verano para hacer los deberes».
«Esta legislatura va de derecho a la autodeterminación, de presos políticos y exiliados»
Torra cerró un poco más el escenario de su chantaje diciendo que «esta legislatura va de derecho a la autodeterminación, de presos políticos y exiliados». Es decir, que si Sánchez quiere mantener el apoyo esencial de los diputados de la antigua Convergencia, estos son los únicos terrenos de los que quieren hablar. Es difícil recordar un gesto que suponga un chantaje tan burdo al Gobierno de España.
Puigdemont hablaba casi con nostalgia de esta residencia en Waterloo, que, según recordó, había dejado «hace cuatro meses y cuatro días» para acabar en Alemania, donde ha pasado por la prisión y ha estado a punto de volver esposado a España. Ahora que no tiene sobre sus espaldas
una orden europea de detención, el prófugo ha dicho que pretende seguir viajando por Europa, «hasta el último rincón» intentando
promover la internacionalización de la causa. Pero de momento han sido medio Gobierno regional y casi todo el grupo parlamentario de PDCat quienes acudieron a Waterloo para este acto que define perfectamente la situación en Cataluña, con un gobierno para el que no hay más que un asunto y no tiene que ver con la vida y los problemas de sus ciudadanos.
A Puigdemont ahora le siguen más cámaras que policías, y cada vez menos incondicionales. Ayer eran poco más de un centenar de sus partidarios quienes aguantaron el sol de justicia en esta ciudad de la periferia de Bruselas en la que se encuentra esta «casa de la república» en la que ayer izaron la bandera constitucional de la Comunidad Autónoma de Cataluña junto a la europea –después de unos instantes de estupor porque los mecanismos no funcionaron correctamente– como
símbolo de resistencia. Uno de sus vecinos, sin embargo, había puesto una bandera española también de buen tamaño, en una de las ventanas que se asoma a la calle del Abogado, visible desde la ruta por la que Puigdemont tiene que pasar para entrar y salir de su actual domicilio