El pacto de los tres partidos independentistas de aguantar hasta la sentencia del juicio por el referendo ilegal del 1 de octubre se va volviendo cada día que pasa de más imposible cumplimiento. Las
tensiones entre convergentes, las tensiones entre los convergentes y Esquerra y las tensiones de la CUP con todo el que no se eche a la calle a provocar el caos, hacen de la mayoría parlamentaria que tiene el independentismo algo mucho más simbólico que articulado.
Además, tanto sus compañeros de Govern como sus adversarios coinciden en señalar que el presidente de la Generalitat, Quim Torra,
se comporta mucho más como un activista cultural que como un presidente con conciencia institucional y responsabilidad de partido. Pese a que son muchas las tensiones en el mundo convergente (entre Waterloo y Barcelona, dentro de Junts per Catalunya, y entre Junts per Catalunya y el PDECat) hay un punto en que todos están de acuerdo: y es que Torra no puede volver a ser su candidato. Su improvisación constante, su incapacidad para entender la dinámica política y su convicción de que ir por libre y sin consultar a nadie le hace un presidente más auténtico, provocan en demasiadas ocasiones la sensación de gobierno amateur y poco profesional.
Miedo al ridículo
Su extravío político se refleja en su inestabilidad personal y el sábado, tras las cargas policiales contra los CDR en Vía Layetana, acudió al programa FAQS de TV3 y salió muy deprimido de la entrevista porque consideró que le había ido muy mal. No supo responder cuando le preguntaron por la hoja de ruta de su gobierno para implementar la supuesta república catalana y se fue
duramente contestado por los Mossos por culparlos de las cargas en lugar de señalar a quienes las provocaron. Esa misma noche decidió cancelar la entrevista que tenía apalabrada desde hacía muchos días con la BBC «porque no sé qué decir y no quiero hacer el ridículo». Elsa Artadi, Damià Calvet y Josep Rius se negaron igualmente a comparecer y finalmente le tocó hacerlo al jefe de prensa del presidente, Joan Maria Piqué.
Los partidos independentistas tenían –y de momento siguen teniendo– el acuerdo de hacer coincidir las elecciones autonómicas con las municipales. Este acuerdo se tomó cuando se pensaba que el juicio por el 1 de octubre empezaría en noviembre y que en marzo se daría a conocer la sentencia. Puigdemont pretendía hacer coincidir las elecciones municipales con las autonómicas, cosa que no ha sucedido desde la recuperación de la democracia, para aprovecharse de la épica de que la última república fue proclamada tras unos comicios locales. Si como parece el juicio por el 1 de octubre se demora, la intención sería alargar la legislatura hasta conocer la sentencia, para usarla de principal argumento electoral.
Se tratará, de todos modos, de un argumento retórico, sin ninguna consecuencia que vaya más allá de la gestualidad. Preguntados algunos dirigentes de Junts per Catalunya por cómo Torra va a concretar su amenaza de «no acatar la sentencia», la respuesta es de todos la misma: «Eso lo dice ahora.
Claro que va acatar la sentencia. ¿Qué significa no acatarla? ¿Que abrirá las puertas de las cárceles? Tal como los que están dentro saldrían, él entraría. Además, ¿tú crees que Junqueras saldrá de la cárcel por mucho que Torra le abriera las puertas? Tiene planes mejores para ser presidente de la Generalitat».
Tensiones con la CUP
Pero seguramente la mayor debilidad de Torra son las constantes tensiones con la CUP, agravadas desde el sábado por las cargas de aquel día y del lunes contra los CDR, que han dejado en evidencia el doble discurso de un Govern que vende desobediencia y épica republicana, y
actúa obediente y automáticamente; que agita el victimismo antipolicial y luego usa, sin contemplaciones, la fuerza de la Policía para mantener el orden, aunque sea contra sus propios compañeros de aventura independentista; y que de un lado trata de convencer a su público de que la independencia es cuestión de meses lograrla y del otro negocia en secreto con el Gobierno para buscar un pacto que el mayor premio que tendrá para los independentistas no será ni mucho menos la independencia –poca gloria y mucha supervivencia– sino la posible clemencia para sus dirigentes encarcelados o fugados, siempre que reconozcan su delito y muestren el correspondiente arrepentimiento.
El consejero de Interior, Miquel Buch, está muy afectado desde el sábado. Hasta a su propio partido le cuesta entender esta afectación: «Ya sabía lo que se encontraría cuando aceptó ser consejero de Interior, no sé de qué se extraña», dicen algunos de sus compañeros. Y también: «Interior no es Cultura, eso lo sabe todo el mundo». No es probable que Torra cese a Buch, pese a que varios sindicatos de Mossos se lo han pedido. Tampoco es probable que los antisistema dejen de provocarlo con sus desórdenes hasta que cometa algún error que se lo lleve por delante.