A ver, la tasa de mortalidad del bicho es muy muy baja. Es mortal, por lo que se sabe, prácticamente solo en aquellos casos de varias comorbilidades crónicas (salvo casos puntuales anecdóticos, en que es justo todo lo contrario).
De la primera ola, haciendo un poco de limpia en la suciedad del ruido de fondo estadístico, sale que más o menos, la tasa de mortalidad es de aprox 0,10 % a nivel poblacional general.
Es lo suficiente como para ser tenido en cuenta, pero nada como para austarse.
Pero esto de la COVID-19 no va de mortalidad, va de infectividad y propagatividad.
Lo sorprendente en esto de la población trabajadora sanitaria (que haría un poco la función de "testigo") es que entre la primera y la segunda ola apenas hay diferencias "poblacionales" en cuanto a la cantidad de infectados en relación a los expuestos (suponiendo que los sanitarios se exponen más o menos según existan más o menos infectadosen la población).
Digamos que hacen falta 50 personas infectadas para observar 1 sanitario infectado.
Más o menos un 2 %.
Claro que si tenemos en cuenta que la población que laboralmente es "sanitaria", resulta que tenemos que aprox. un 2 % de la población lo es.
Y eso nos deja en:
La población "sanitaria" se contagian tanto (o tan poco) como la población general.
La población "sanitaria" a pesar de sus mayores conocimientos, su mayor exposición, y su mayor protección, se contagia tanto (o tan poco) como la población general.
Dado que existen diversas variables que han cambiado sustancialmente entre la primera y la segunda ola, ya que observamos un acontecimiento similar, podemos elucubrar que esas variables no tienen nada que ver con el bicho y su enfermedad y su propagación.
O sea, que aquí, para explicar el fenómeno (la ausencia de cambio en lo observado), debemos incorporar la evidencia de la Ignorancia o la Ineficacia (o ambas dos a la vez).
O eso, o que las cepas hispanas son peculiares.
la plus belle des ruses du Diable est de vous persuader qu'il n'existe pas!