Por eso mismo, para cambiar el tercio, distraernos un poco y dedicado desde la más sana envidia por tu tranquilidad en esta situación, ahí va un relato corto de Ibn Asad de su libro "Las divinas lecturas" que quizás nos venga al pelo en esta tesitura. Un saludo.
Un gato estaba descansando sobre una tapia, cuando apareció un perro callejero que
paseaba por la acera. El perro vio al gato y, nervioso, comenzó a ladrarle. El gato ni se
movió. El perro puso sus patas delanteras en la tapia, y ladró con más fuerza al gato,
mostrando sus dientes. El gato ni se movió. El perro comenzó a dar saltos intentando
atrapar al gato con mordiscos. El gato ni se movió. El perro dio algún salto más, mordió al
aire alguna vez más, dio algún ladrido más, y, completamente agotado, gimió y desistió de
atrapar al gato. Continuó con su paseo, con las orejas gachas y el rabo entre las piernas.
El gato continuó con su descanso sobre la tapia, y pensó para sí: “Sigo estando en
forma.”