Hace tiempo, cuando recomendaba evitar la renta variable española, basaba mi recomendación en la existencia de un círculo vicioso de difícil salida:
El círculo vicioso de la economía española
(Leer en el sentido de las manillas de un reloj)
El déficit y las deudas forzaban una política de austeridad. Desgraciadamente, el camino elegido por los gobiernos para el saneamiento de las cuentas públicas no se ha basado en reducir los “michelines” del Estado, es decir, los gastos improductivos, las duplicidades, los “cargos de confianza”, el senado, etc... Tampoco se vende patrimonio inmobiliario estatal o autonómico totalmente prescindible para generar ingresos que complementen la reducción de gastos improductivos. La estrategia seguida – y que no ha cambiado - se ha basado en los impuestos, pasando de un modelo económico basado en el “Monopoly” a uno que podríamos llamar “modelo IRPF”, es decir, dejar todo más o menos como está y cubrir los agujeros aumentando y creando impuestos. El problema es que este “novedoso” sistema reduce la capacidad de consumo – el “musculo” de cualquier economía junto con la actividad empresarial – y, con ello, la demanda interna, que en un país como España es el principal motor del crecimiento.
Obviamente, a más recesión, más dudas sobre la solvencia del país y, en consecuencia, aumento de la prima de riesgo, lo que a su vez aumenta los gastos de financiación de una deuda ya de por sí muy abultada y, en consecuencia, el déficit público.
Pero el método, que tuvo - y tiene - como consecuencia negativa el estancamiento económico por el empobrecimiento de las clases medias y medias altas (motores del consumo) sirvió para mejorar nuestra imagen ante los mercados, la de que “España paga” (o más bien habría que decir que “los españoles” pagan). Empezó a bajar la prima de riesgo. En ese momento empezamos a recomendar deuda pública española.
Pero no renta variable. Eso llego más tarde. El problema es que a base de impuestos se sale de la espiral de desconfianza crediticia, pero no crece la economía. Con un nivel de impuestos como el español a la gente le queda poco margen para gastos extra. Y la reforma lo que da por un lado lo quita por otro. Con el “modelo económico IRPF” era difícil pensar en retomar seriamente el crecimiento económico y en una bolsa sostenidamente alcista que anticipara dicha vuelta al crecimiento.
Pero hete aquí que cae el precio del petróleo a la mitad y, en paralelo, el Banco Central Europeo (BCE) se da cuenta de que IPC negativo no es estabilidad de precios.
Se pone a fabricar euros en grandes cantidades, lo que, como es lógico, genera una sobreoferta y una caída del euro frente a la principales divisas, especialmente frente al dólar, divisa mundial de referencia. La caída del euro hace que nuestras exportaciones - y nuestra oferta turística, que sigue siendo la principal industria española - resulten mucho más competitivas. Para entonces ya habíamos empezado a tomar posiciones en renta variable. En anticipación al “Quantitative Easing” (QE), no por la caída del petróleo, que – lo reconocemos - ha sido una inesperada y agradable sorpresa.
Así que gracias al esfuerzo de los españoles para recuperar la credibilidad crediticia con sus impuestos, a la OPEP, que tira los precios del petróleo para cargarse a las empresas norteamericanas de “fracking” y al BCE, que, al devaluar el euro, ayuda a las empresas a competir en el exterior sin tener que bajar márgenes, nos encontramos con que:
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La economía crece, porque los ciudadanos pueden dedicar al consumo dinero que ahorran en gasolina y calefacción. Y las empresas, en costes energéticos.
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Las empresas cuya actividad se dedica total o parcialmente a la exportación empiezan a vender más gracias a la caída del euro.
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Las compañías razonablemente solventes ven como, gracias al proceso de Quantitative Easing (QE), bajan sus costes financieros. Tengamos en cuenta que cuando cae la vara de medir – la TIR de los bonos corporativos que cotizan en bolsa – su efecto se nota también en empresas similares, aunque su deuda no cotice. Y eso se refleja en la cuenta de resultados.
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Tarde o temprano si las empresas ven como aumentan sus ventas y mejoran sus resultados, ampliarán su actividad, es decir, contratarán gente, ampliarán sus instalaciones, o ambas cosas.
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El gobierno, a lo suyo: se pone de perfil y no sólo no se aprieta el cinturón, sino que sigue aumentando el gasto público. Y a más según se acerquen las elecciones, más gastará. Pero en este círculo virtuoso el gasto público puede tener su parte positiva. Ciertamente sería mejor utilizar ese dinero – y el que se han ahorrado en intereses de la deuda gracias a nuestros impuestos - para apoyar a emprendedores y empresas o bajar impuestos. Pero que duda cabe que las nuevas plazas anunciadas para guardias civiles, para la agencia tributaria o las obras que seguro tienen preparadas para un mes antes de las elecciones, crean empleo. Más artificial que el de una empresa, pero empleo, al fin y al cabo.
El resultado de todo lo anterior es la entrada en un nuevo círculo, pero esta vez virtuoso
El círculo virtuoso de la economía española:
(Leer en el sentido de las manillas de un reloj)
Mucha gente argumentará que la política, y más concretamente un país políticamente inestable o dirigido por un partido extremista y sin experiencia, frenará en seco el desarrollo de este proceso. Tienen razón en el razonamiento, especialmente en lo segundo, pero la posibilidad de que un partido extremista de izquierda obtenga mayoría absoluta no debería asumirse como algo obvio e inevitable. Más probable parece que el escenario político sea un escenario de coaliciones. Y también hay un partido de centro en pleno crecimiento. Un escenario de coaliciones es un escenario democrático normal en el que las empresas pueden funcionar si el entorno general – petróleo, financiación, divisa - es favorable. De hecho, siempre digo que Europa, y especialmente España, está acostumbrada a funcionar y a salir adelante pese a sus políticos. Es un caso parecido al de Italia: la clase política es un desastre, el panorama político lleva décadas fragmentado y aun así las empresas italianas funcionan y algunas son punteras en sus actividades.
La economía es cíclica. Las cosas cambian. Se pasa de la recesión al crecimiento y viceversa. También se sale de los círculos viciosos. España necesitará años para regenerar su democracia, si es que lo consigue. Pero sus empresarios y sus ciudadanos ya se han puesto a rehacer la casa derruida, al igual que pagaron – literalmente - los desmanes de sus políticos. Y ese proceso de reconstrucción, apoyado casualmente por la OPEP e intencionadamente por el BCE, hace tiempo que se nota en las bolsas. Y se seguirá notando según se traslade a la economía real. Pese a los políticos.