No es el concepto de fuga de capital de un área a otra el que se relaciona con la inflación, sino la velocidad del dinero.
La velocidad del dinero es el tiempo medio que tiene que transcurrir para que una unidad de dinero se utilice en dos transacciones, o más apropiadamente el número de veces que la unidad monetaria cambia de manos en un periodo dado.
Según la teoría monetaria clásica, el precio (P) depende de tres factores: el número de transacciones (T), la cantidad de dinero (M) y la velocidad del dinero (V), tal que:
PT = MV
Si se aumenta la masa monetaria pero ese dinero se guarda en depósito en el BCE y no participa en ninguna transacción, ese dinero no es inflacionario.
El aumento de la masa monetaria que se utiliza en transacciones sí es inflacionaria, pero para dar lugar a hiperinflación el factor clave es la velocidad del dinero. Es un tema como tantos otros de confianza. Cuando el consumidor observa que los precios suben más de un cierto punto, decide que es contrario a su interés mantener un dinero que se deprecia y se dedica a adquirir bienes con él en el plzo más breve posible. El fuerte aumento de la velocidad del dinero provoca el aumento de las transacciones pero sobre todo de los precios. Al ser un proceso autoalimentado y no poder predecirse el nivel de incremento de precios al que se dispara, el resultado es que la hiperinflación no es un riesgo controlable y si se entra en una espiral hiperinflacionista el proceso no se detiene hasta que no se restaura la fe en el dinero.
En contra de la hiperinflación juega que estamos en periodo de desapalancamiento, o deflacionista, por la gran cantidad de dinero que se destruye durante los episodios deflaccionistas. A favor está que los gobiernos quieren que haya inflación para no tener que pagar las deudas y extraer impuestos sobre inflación de sus ciudadanos.
Dada la dificultad de controlar estos procesos, lo más probable es que vivamos periodos donde la deflación supere a la inflación, seguidos de periodos donde sucede lo contrario.