Desindustrialización y pérdida de competitividad
El músculo industrial europeo se ha atrofiado, deslocalizado a Asia en busca de costes laborales bajos. Sectores enteros como el textil, el naval o el electrónico han desaparecido en países como Francia, Italia y España. Alemania aún conserva un núcleo de excelencia, pero incluso su célebre modelo exportador sufre la implacable presión china.
España es un paradigma de esta desindustrialización: la industria representa apenas un 15% de su PIB, frente al 22% de Alemania. El problema se agrava por una energía cara, un sobrecoste regulatorio asfixiante y una competencia desleal. Mientras EE. UU. impulsa su industria con energía barata gracias a la revolución del shale gas, Europa sacrifica su competitividad en nombre de una transición verde mal diseñada y precipitada, arriesgándose a convertirse en una especie de “museo industrial” de potencia de pasadas glorias.
Rezagados en la carrera tecnológica
Europa ha perdido la carrera tecnológica. La inversión en I+D+I es de un mediocre 2,2% del PIB, muy por debajo del 3,5% estadounidense o el 4% surcoreano. El resultado es una sangría de talento, con miles de investigadores e ingenieros emigrando a ecosistemas más dinámicos.
En áreas críticas como la Inteligencia Artificial, el continente carece de gigantes propios, quedando a merced de Silicon Valley y Pekín. La sobrerregulación obsesiva de la Comisión Europea acaba ahuyentando la inversión. En semiconductores, Europa ha pasado de ser un actor principal de esa industria esencial, a producir menos del 10% mundial, generando una dependencia estratégica crítica de Taiwán. Sin soberanía digital, la soberanía política es una quimera.
La irrelevancia de Europa: la tragedia de un declive evitable (larazon.es)