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El accidente insurreccional
Más allá de la política, la presión del entramado secesionista es enorme en Cataluña. La carga historicista del tricentenario de 1714 empuja a que el año próximo se intente quebrar el orden constitucional
Joaquim Coll 11 JUL 2013 - 00:01 CET
EDUARDO ESTRADA
Advertir del riesgo de un accidente no significa necesariamente que vaya a ocurrir, ni mucho menos desear que tal cosa ocurra. Lo importante es analizar si se trata de un anuncio alarmista o, por el contrario, si hay bases sólidas en la argumentación. Por eso me ha sorprendido el escepticismo con el que han sido recogidas mis palabras cuando advertí, el pasado 3 de julio, en el marco de un diálogo que tuve el honor de realizar con el historiador José Álvarez Junco, organizado por la Fundación Diario Madrid, de que la situación en Cataluña es “explosiva” y que puede acabar en un “accidente insurreccional”. Dado el carácter principalmente histórico del diálogo, centrado en las relaciones entre Cataluña y el resto de España y en torno a las causas del actual desencuentro, me limité a apuntar únicamente tal posibilidad, aunque luego fue el asunto más destacado en los medios de comunicación y entre algunos comentaristas.
Quisiera ahora avanzar un poco más en este argumento e insistir en que el riesgo insurreccional existe porque, como ya expliqué tiempo atrás desde estas mismas páginas (Cataluña: utopía insurreccional o federalismo, 02/05/2013), el pacto que suscribieron CiU y ERC persigue justamente un choque de legitimidades. Entiendo por accidente o colisión insurreccional el intento de quebrar el orden constitucional. En realidad, toda la política nacionalista se dirige hacia ese objetivo y ha desarrollado una lógica discursiva que consiste en afirmar que hay una incompatibilidad manifiesta entre la democracia, entendida como la voluntad del pueblo, y la Constitución. Que existe una grave contradicción entre la legitimidad emanada de las últimas elecciones autonómicas (ratificada en todos los sondeos demoscópicos cuando se pregunta a los catalanes sobre el ejercicio del llamado “derecho a decidir”) y la legalidad española. Y que, frente a esa disyuntiva, la elección solo puede estar de parte de la democracia.
Siguiendo tal razonamiento, la promesa de llevar a cabo una consulta en el 2014 tiene que materializarse de forma imperativa y, por la misma razón, en caso de no ser posible, la alternativa no puede ser otra que la declaración unilateral de independencia, después o incluso antes de unas nuevas elecciones. Esta es la posición que ERC solemnizó en su última conferencia política el pasado 6 de julio: la llamada vía kosovar. Por supuesto no es un dato menor teniendo en cuenta el auge electoral que le pronostican las encuestas.
CiU no puede posponer la consulta de 2014 sin que le acusen de traición a la causa soberanista
Por su parte, Artur Mas repitió hace unas semanas su deseo de culminar la legislatura, y por ahora sus movimientos parecen tendentes a relativizar las prisas de sus socios parlamentarios. La carta a Mariano Rajoy solicitando solemnemente la consulta, y que, según el pacto que suscribieron CiU y ERC, tenía que haberse cursado antes del 30 de junio, todavía no se ha efectuado. Ahora bien, el presidente de la Generalitat no ha descartado taxativamente ningún escenario, particularmente el de unas nuevas elecciones, a las que podría verse obligado si le fallase el apoyo de los republicanos, sobre todo si estos considerasen que el proceso soberanista corre el riesgo de entrar en una vía muerta o si las perspectivas electorales les fueran aún más favorables.
Además, hay que tener en cuenta que los políticos y los partidos no son los únicos actores en el tablero catalán, pues la presión del entramado asociativo secesionista es enorme, como se puso de manifiesto recientemente en el Camp Nou y, en septiembre próximo, con la espectacular cadena humana de 400 km prevista para la Diada. Asociaciones como la Assemblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural se han transformado en un auténtico Ejército de Salvación que moviliza a miles de personas en toda Cataluña: realizan marchas propagandísticas en los barrios del cinturón barcelonés, ponen paradas todos los fines de semana en mercados y lugares céntricos, forman banderas estelades gigantes o encienden miles de velas en las plazas de los pueblos, ofreciendo una imagen romántica de este momento que consideran histórico.
Así pues, el primer escenario potencialmente insurreccional gira en torno a la anunciada consulta. Aunque CiU no se atreviese a llevarla a cabo por muchas razones, empezando por las discrepancias en este punto con Unió Democràtica y su líder Josep Antoni Duran Lleida, va a tener que teatralizarla, como si de verdad fuera a hacerla, pues no puede anunciar que la pospone sin que le acusen de traicionar la causa soberanista. Esto significa que durante los próximos meses todos los pasos del llamado proceso de transición nacional van a seguir dándose: se aprobará la ley de consultas, incluyendo el desarrollo de una autoridad censal propia, se seguirá calentando motores en la sociedad civil mediante una estrategia envolvente a favor del derecho a decidir (como si de un derecho natural se tratase, al margen del derecho positivo), e impulsando iniciativas más propias de regímenes populistas que de una democracia liberal, como el rectificado registro de “adhesiones”. Lógicamente, la radio y la televisión pública catalana van a seguir implicadas al máximo en la difusión propagandística. El secesionismo seguirá cabalgando al galope, de manera que cuesta mucho ver de qué forma CiU va a poder frenar en seco para evitar el desbordamiento insurreccional sin que cunda entre los suyos la sensación de abandono o frustración. Si a la lógica argumentativa sobre la radicalidad democrática le sumamos las acciones políticas y de agitación, me temo que el riesgo de que el proceso desborde a los propios actores, principalmente a Mas, es bastante alto. Al final, la suma de palabras y gestos siempre tiene consecuencias.
Se equivocan los que creen que la debilidad parlamentaria de Mas dejará el envite en nada
El segundo momento potencialmente insurreccional es el de unas elecciones anticipadas, que el secesionismo convertiría en plebiscitarias en torno a la candidatura de ERC. Hay que tener en cuenta que Mas apenas tiene margen de maniobra para pactar un apaño con Mariano Rajoy, y que se lo ha puesto muy difícil al PSC para que este le preste su apoyo hasta el 2016. Además, el año que viene es el del tricentenario del 1714 y la política va a servirse a golpe de emociones. Así pues, sin consulta posible y con una escapatoria parlamentaria muy complicada, los argumentos van a caer del lado del “tenemos prisa” y “ahora o nunca”. Consecuentemente, en unas elecciones anticipadas tanto el partido de Artur Mas, CDC, como el de Oriol Junqueras, ERC, concurrirían con un programa secesionista muy explícito y, en caso de alcanzar la mayoría absoluta, procederían a realizar una declaración unilateral de independencia, esperando el socorro de algún tipo de mediación europea o internacional, pues se muestran convencidos de que “el mundo nos mira”. Estaríamos ante un escenario desconocido y, sin duda alguna, claramente insurreccional, pues de consolidarse quebraría la Constitución de 1978.
Tengo la impresión de que en Madrid sigue predominando una cierta negación de la realidad, de que pese a la conmoción que ha provocado el envite soberanista, a menudo se prefiere mirar a otro lado, sin reflexionar seriamente sobre las fortalezas de la estrategia independentista. Se asume que la situación es grave, pero se sigue privilegiando la mirada sobre los actores políticos, lo cual lleva a centrar el análisis en la debilidad parlamentaria de Mas y a concluir que “esto acabará en nada”. Ciertamente, todos los escenarios son posibles, pero los protagonistas son cada día más prisioneros de las expectativas creadas y de sus gestos, también del contexto; y, en este punto, el año que viene es diabólico. El cambio de ciclo económico, al que Mariano Rajoy lo fía todo, si realmente llega, va a tardar mucho en notarse. Y la carga historicista del tricentenario va a empujar a la política catalana al romanticismo y la agonía. Finalmente, si alguna cosa no se pueden permitir los soberanistas es que en el 2014 no ocurra nada, aunque sea una nueva derrota que conmemorar. Por todo eso, el accidente insurreccional me parece bastante más que una posibilidad