Como ya les he dicho en alguna ocasión, lo que a mí en particular me rechina es el tono de envanecimiento, soberbia y displicencia que destilan en sus intervenciones, menos propias de una comunidad abierta a la reflexión que de una secta, la cual, dicho sea de paso, tiene en las últimas décadas tan escasos motivos para la vanidad como aciertos en sus pronósticos.
Esto es una comunidad de inversores, algunos con más acierto, otros con menos; unos expertos y otros profanos. Pero todos conscientes, creo, de la precariedad de sus análisis, en tanto poseedores de una única certeza: la carencia de información en un mundo de fenómenos aleatorios, problemas multifactoriales y cadenas causales de origen desconocido y desarrollo ignoto. Y la necesaria humildad emerge de ahí: de la sola certeza de que en economía y en bolsa casi nada puede ser previsto porque casi todo debe ser, por su propia naturaleza, desconocido. Es el Ignoramus et ignorabimus de Du Bois-Reymond a finales del XIX.
Ustedes, en cambio, aparentan estar seguros de todo, porque, dicen, han estudiado mucho acerca de ello y son expertos. Y por ello, no sólo no se muestran receptivos a cambiar de opinión -única actitud propia de la ciencia-, sino que reaccionan puerilmente con el enroque y la huída cuando los escépticos nos resistimos a ser persuadidos.
Pues, permítame, pero yo seguiré lleno de dudas. Ya he descreído demasiadas veces de qué o quienes estaban seguros de tener razón. A mi me encantan sus mensajes -más valiosos que los míos-, se los agradezco e intento aprender de ellos, pero entiendan que no voy a implorarle a ustedes que vuelvan cada vez que amenacen con irse.
Un cordial saludo.