MEMORIAS DE UN INVERSOR (POCO) INTELIGENTE (II)
Tras el sobresalto de la espantada de Paramés en 2014, traspasé el dinero de Bestinver y comencé a diversificarlo en otros fondos de inversión nacionales. Eso sí, de la escuela “value”... Magallanes, Metavalor Internacional (los actuales chicos de Horos)… Incluso me atreví con gestores de nueva hornada sin historial previo como Valentum, True Value.... Para entonces, ya con que fueran “value” y parecieran inteligentes me bastaba…Un tiempo después, con la salida de Azvalor y, posteriormente, de Cobas completé mi ramillete de fondos de renta variable.
Total, estaba hecho un “fan-boy” del “value” de tomo y lomo, aunque ahora, por lo menos, diversificado. Me refiero a diversificado de riesgo gestor, porque no estaba nada diversificado de otros muchos riesgos (demasiada small caps, demasiado escorado todo a Europa y, por supuesto, demasiado concentrado todo en la estrategia “value”). Ahora, eso sí: les pagaba bien a todos (entre el 2% y el 3% anual de promedio a cada fondo si sumamos a las generosas comisiones de gestión y depositaría todos los otros muchos gastos que implica la gestión activa).
A mí todo esto me parecía normal por aquel entonces. Me sentía seguro y confiado en mis “conocimientos” basados en las Conferencias Anuales de cada fondo y en las entrevistas y reportajes de prensa que regularmente ofrecían los gestores. Y es que, en vez de verlo como lo que son… marketing… lo interiorizaba como formación. ¡Un poco imbécil sí que era!, ¿No?
Además, también me pasaba a leer los foros que esos fondos de inversión tenían en Rankia y, de esa forma, reforzaba mis opiniones con las de otros “fan-boys” que seguían mi misma fe. No se puede decir que me exponía, precisamente, a fuentes de información amplias ni desinteresadas. Más bien al contrario.
Paremos un momento. ¿Qué principios podríamos decir que guiaban, pues, hasta entonces mi carrera como inversor? Detecto, al menos, tres (que creo que es propio de muchos inversores nóveles):
1) La creencia de que el futuro se va a parecer al pasado, algo que compartimos con otros animales superiores (ya expliqué el otro día que eso en las inversiones no tiene que ser así: “Los resultados pasados no garantizan….”). Yo elegía fondos con excelentes trayectorias de resultados recientes o fondos que tenían una estrategia que asociaba con la trayectoria de los primeros.
2) El principio de evitar esfuerzos si no es absolutamente necesario (este principio no lo compartimos sólo con los animales superiores sino con todos los seres vivientes). Si se puede, mejor ahorrar energía. En nuestro caso sería: “si se puede mejor evitar el esfuerzo de formarse”. Así, yo me conformaba con la (des)información interesada que me ofrecían las gestoras y con la confirmación de mis creencias que me ofrecían otros “fan-boys” (todo lo cual requería un nivel de esfuerzo muy bajo que, por supuesto, me resultaba muy satisfactorio)
3) La predisposición a vincularnos emocionalmente con otras personas, especialmente si tienen en sus manos aspectos importantes de nuestro vidas y de nuestro futuro. Nos ocurre con nuestros padres y cuidadores cuando somos pequeños. Pero también es fácil que surja con nuestros gestores de inversión cuando ya no somos tan pequeños. En todos esos casos necesitamos creer que son figuras buenas, poderosas y protectoras. Y es que... de que pensemos eso depende nuestra tranquilidad. Ese es el motivo por el que creo que es muy fácil convertirse en “fan-boy” del fondo en que uno invierte (al menos mientras sus resultados sean razonablemente buenos).
Total que mi estrategia de inversión se basaba por entonces en creer en el pasado, en ahorrar energía (devanarme poco el coco) y en vincularme emocionalmente a los gestores (tener fe en ellos) para así no ponerme nervioso. ¿Les parece que tenía una estrategia muy sólida y racional? ¿creéis que había pensado yo, por entonces, si quiera aspectos tan básicos como la definición de mis objetivos de inversión y la demarcación del perfil de riesgo que estaba dispuesto a asumir? La respuesta es: Nanay de la China…
Y, en esto, allá por 2017, empecé a leer a Bogle (El Pequeño Libro para Invertir con Sentido Común) y a Bernstein (Los Cuatro Pilares de la Inversión). Ambos libros son sencillos y muy recomendables. Además, ambos libros contienen datos y argumentos muy sólidos para que uno comience a orientarse en el mundo de la inversión desde fundamentos racionales (y eso incluye, por ejemplo, el uso de vehículos indexados de bajo coste, entre otras muchas cosas). ¿Creéis que eso cambio algo mi comportamiento inversor? … La respuesta es, otra vez: Nanay de la China…
¿Que cómo me explico yo mi propia indolencia?… No me resulta fácil... Digamos que yo ya tenía mi religión, que estaba razonablemente cómodo con sus resultados y que, como he dicho, suelo tender a no complicarme la vida (imagino que como muchos)… Total que tras leer ambos libros, aunque no pude evitar reconocer que llevaban razón, decidí resolver la disonancia cognitiva que me creaban asumiendo que, quizás, yo sí sabía elegir entre ese 10 o 15% de la gestión activa que supera a los índices… ¡Qué listo era, madre mía!… Total que aparque la nueva información en un profundo sótano de mi cerebro que lleva como nombre: “Información relevante pero incómoda” y seguí mi dinámica inversora sin cambiar absolutamente nada.
Pero, poco después, las cosas empezaron a torcerse seriamente para la mayoría de los “values” patrios y….
(continuará)
Saludos