El 20 de marzo de 1980 se celebraron las primeras elecciones autonómicas catalanas de la Transición. CiU obtuvo el 28% de los votos, el PSC el 22, el PSUC el 19, UCD el 11 y ERC el 9. El nacionalista conservador Jordi Pujol fue elegido presidente de la Generalitat con el apoyo de CiU, ERC y UCD y con el beneplácito del Gobierno de Adolfo Suárez. Pujol era la barrera contra el peligro de una entente de socialistas y comunistas que podría haberse encarnado en la figura del tibio y nada carismático socialista Joan Reventós en la presidencia y los del PSUC en puestos clave.
Paradójicamente, aquella calamidad política tempranamente neutralizada podría resucitar, treinta y cinco años más tarde, esta vez con la colaboración activa del patriarca caído y sus herederos. ¿También el nacionalista conservador Pujol irá a votar personalmente, en compañía de això és una dona, al comunista Raül Romeva? ¿Y el comunista Romeva ambiciona el voto del nacionalista conservador Pujol y de los pujolistas que todavía existen y hacen su agosto a la sombra de la agonizante CDC y de la despilfarradora Generalitat… que no paga a los farmacéuticos? La olla podrida se cuece a fuego lento.
El trabajo sucio
Lo que está sucediendo es, aunque parezca contradictorio, el fruto del proceso que inició, premeditadamente, el mismo Pujol. Cuando este confesó sus fechorías y quienes habían sido sus herederos y catecúmenos lo destronaron escribí ("Los pecados del patriarca caído", LD, 30/7/2014):
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Este chanchullo es peccata minuta si se lo compara con el añejo plan secesionista del venerado oráculo, plan que desemboca en una sociedad catalana fragmentada por tensiones cainitas, donde la idealización de mitologías rancias y rencores artificialmente alimentados está acompañada por la demonización de las raíces históricas y culturales compartidas con el resto de los españoles. La educación coactivamente monolingüe, el sometimiento de los medios de comunicación a las obsesiones identitarias y al espíritu del Volkgeist, sumados a la sustitución de los comicios parlamentarios por referéndums incontrolados y movilizaciones de masas regimentadas, nos aproximan peligrosamente a la matriz del totalitarismo. La salida de la Unión Europea y de todos los organismos internacionales está irrevocablemente asegurada si la herencia que nos deja el expresidente de la Generalitat se materializa, con el consiguiente desbarajuste económico y la fatídica desprotección frente al terrorismo subversivo, el yihadismo islámico y las mafias internacionales. Este es el pecado mortal que convierte, repito, en peccata minuta la defraudación de unos milloncetes.
Lo que no imaginé, entonces, era que los secesionistas, sin renunciar a sus objetivos, dejarían el trabajo sucio en manos de quienes habían sido, con sobrada razón, las bestias negras de las clases medias, productivas y pensantes de la sociedad catalana: los comunistas, los esquerranos y las pandas antisistema. Un conglomerado para el cual la utópica república independiente que prometen los variopintos figurones de Junts pel Sí no es más que un instrumento desechable que les servirá para tomar por asalto el poder hegemónico, aliándose con sus camaradas de Catalunya Sí que es Pot y la CUP. Romeva y Junqueras se jactan de ello sin el menor recato.
Una Maruja cándida
El predicador incansable Francesc-Marc Álvaro ha convertido en protagonista de sus sermones a una Maruja ficticia, cándida y maleable, sorda a los argumentos razonados. La mujer ideal para los abusadores políticos. En "La señora Pérez y el 27-S" (LV, 23/7) la presenta como "una votante de CiU poco ideológica" que "votará la lista unitaria encabezada por Raül Romeva. Lo tiene muy claro". La confesión de Pujol la disgustó, pero la ruptura de CiU no le quitó el sueño. Ella, erre que erre, vota a Romeva.
Asalariada de las que se levanta muy temprano, integrante de una clase media empobrecida por la crisis y poco amiga de discursos radicales, la señora Pérez forma parte (sin saberlo) de una revolución tranquila y democrática que, afortunadamente, tiene poco que ver con las fantasías de los revolucionarios de salón, incluidos los que quieren ser griegos a ratos.
Lo que oculta la fábula sectaria del adoctrinador Álvaro es que si la señora Pérez fuera un personaje de carne y hueso su comportamiento disciplinado tendría una explicación poco edificante: se habría dejado cooptar (sin saberlo) por los que en el entramado ideológico de Junts pel Sí, Catalunya Sí que es Pot y la CUP pronuncian discursos radicales y, emulando a los griegos, optan, en las calles y no en el salón, por fantasías revolucionarias que distan mucho de ser tranquilas y democráticas. Una columnista tan poco propensa a los exabruptos polémicos como Remei Margarit lo resume así ("Dudas razonables", LV, 22/8):
Y después del 27 de septiembre, con el improbable supuesto de que gane esta lista unitaria, ¿quién mandará el día 28, y cómo? Porque los programas de esta coalición son muy diferentes y no creo que ninguno de los que ahora se propongan por cabeza de lista y sus militantes quieran estar bajo las órdenes de Artur Mas –condición sine qua non para formar parte de ella– con el programa neoliberal que ha estado imponiendo hasta ahora.
¡Sorpresa! En la vida real, la señora Pérez es mucho más lista de lo que el militante Álvaro nos quiere hacer creer. El experto en demoscopia Carles Castro anuncia (LV, 24/8) que mientras el 45% de los catalanes (jamás el 51%) piensa que la única salida es plantear la independencia, sólo el 32% de las catalanas comulga con esa alucinación.
Desprenderse del indeseable
La señora Pérez de carne y hueso ha tenido el tino de estudiar la papeleta que reparte el reclutador Álvaro y ha comprobado que la lista no la representa. Una verdad como la copa de un pino, aunque el habitualmente ecuánime Juan Antonio Zarzalejos intente refutarla con tergiversaciones y ocultamientos en un panfleto contra Xavier García Albiol ("Charnegos, inmigrantes, y García Albiol", El Confidencial, 25/8). Informa Libertad Digital (21/8), remitiendo a una denuncia de Sociedad Civil Catalana:
La mayoría de los candidatos lucen apellidos de incuestionable origen lingüístico catalán, lo que ha provocado un mensaje de SCC en las redes sociales en el que afirma: "Esta lista no representa a Cataluña. ¿Dónde están los García, Martínez, López, Pérez? Una lista nacionalista". La organización se refiere de esta manera al hecho de que los apellidos más comunes en Cataluña brillan por su práctica ausencia en la candidatura de Mas.
Según la última estadística, de 2014, García es el apellido catalán más común y el que lucen 170.614 personas, más de veintidós de cada mil habitantes. El segundo apellido en este listado es Martínez, con 119.026 personas. El tercer lugar es para López, con 114.232 casos. Sánchez ocupa el cuarto puesto (102.896); Rodríguez, el quinto (99.982); Fernández, el sexto (97.425); Pérez, el séptimo (92.821); González, el octavo (91.457). Hay que ir hasta el vigésimo sexto lugar en el registro para encontrar un apellido genuinamente catalán, el de Vila (Ciudad), que identifica a 18.021 personas.
Discrepo en un solo punto con esta información. La candidatura es de Raül Romeva, que encabeza la lista, y no de Mas, quien al bajar al cuarto puesto ha perdido su condición de Líder, de Mesías. Hoy son mayoría en su entorno de secesionistas, comunistas y antisistema quienes lo consideran un indeseable, como su padrino Jordi Pujol. Un indeseable del que hay que desprenderse sin contemplaciones.
Por eso repito la pregunta que formulé al comienzo: ¿Pujol votará al comunista Romeva, a pesar de que inicialmente lo instalaron en la presidencia de la Generalitat para frenar a las izquierdas? Y, lo que es más importante, ¿votarán a Romeva los nacionalistas medianamente sensatos que siempre apoyaban a Pujol pensando que así evitarían que los precursores del comunista exhumado pusieran patas arriba la sociedad catalana? De la respuesta a esta pregunta depende el futuro de los democristianos, humillados y excluidos por la embestida retrógrada de la que durante demasiado tiempo fueron laboriosos cómplices, hasta que tardíamente resolvieron apartarse, hartos de las malas compañías.
Los que mantenemos firme nuestro compromiso con la sociedad abierta, fraternal y solidaria que se gestó durante la Transición democrática, tenemos claro a quiénes debemos votar –Xavier García Albiol o Inés Arrimadas– y a quiénes urge expulsar del escenario porque son los sediciosos portadores del caos y la avanzadilla de un experimento totalitario.
Eduardo Goligorsky