SERGI PÀMIES 30/09/2016 00:59 | Actualizado a 30/09/2016 08:26 Lea la versión en catalán
Relacionar conceptos actuales como la figura de Cristóbal Colón y el canibalismo socialista no es fácil. Por eso conviene recorrer a virtuosos del sarcasmo como Winston Churchill, padre de una frase oportuna: “Colón fue el primer socialista: no sabía adónde iba, ignoraba dónde estaba y lo hacía a cargo del contribuyente”.
Para completar otra semana trágica socialista, en su discurso de la cuestión de confianza el presidente Carles Puigdemont citó a Jean Jaurès, líder socialista con una simbólica particularidad biográfica: lo asesinaron. Jacques Brel tiene una canción dedicada a Jaurès que, con un estribillo que pone la carne de gallina, repite obsesivamente la pregunta de por qué lo mataron. Sospecho que la respuesta es más fácil en el caso de Jaurès que si intentas entender el sacrificio de Pedro Sánchez, que ha intentado aplicar las resoluciones de la dirección de su partido.
También es verdad que en esta tragicomedia intervienen auténticos chamanes de la conspiración. Con la coartada de la jubilación, mantienen el mando a distancia de un partido de esencia cainita. Un partido que prefiere la trascendencia mediática que suscitan la autodestrucción, la incontinencia fratricida y la piratería orgánica que la posibilidad de una regeneración y una modernización que no reduzca el socialismo a categoría de fósil.
Hay quien cree que los votantes socialistas son héroes por no haberse hartado antes, pero en realidad son viciosos del “¿y si?” y del mal menor. Hablo por experiencia. Alguna vez les he votado, siempre con la mosca detrás de la oreja, temeroso de tener que arrepentirme y constatar con qué naturalidad cumplirán los peores presagios de división, negligencia o frivolidad. Y nunca me han fallado:
utilizando instrumentos mediáticos y un lenguaje que incomprensiblemente aún lideran el delirio de dar lecciones, se amparan en el narcisismo retrospectivo y, a la sombra de tótemes en vías de fermentación, querrían tener más manos para poder esconderlas tras lanzar piedras contra su propio tejado. Y del espectáculo de colonizadores tuneados por el revisionismo revolucionario, del macguffin de un referéndum imposible pensado para distraernos de una unilateralidad argumental o de la recreación goyesca de La matanza de Texas, ¿quién sale reforzado? Mariano Rajoy.
Hoy tiene más apoyo electoral que hace diez meses, se ha cargado a su principal opositor sin bajar del autobús, ha situado el radicalismo de Podemos al nivel de amenaza greco-venezolana, ha convertido C’s en un engorro y se mantiene inalterablemente pétreo ante lo que él denomina “disparate independentista”. Y lo que es más grave: a base de repetir elecciones y pervertir su resultado, ha logrado atrofiar la exigencia participativa, aumentar la inercia abstencionista y alterar las reglas de un juego democrático que permitirá que España siga siendo monstruosamente alérgica a una mínima cultura del pacto y del pragmatismo.