La verdadera reunión la tendrá Pedro Sánchez el lunes en el comité federal de su partido, que quiere mayoritariamente cortarle la cabeza y dar por acabada la época frívola del PSOE. Así piensa Susana, así piensa Felipe, así piensan los socialistas que todavía conservan una vocación mayoritaria y entienden que los extravagantes pactos que han venido manteniendo con comunistas y separatistas son el problema y no la solución, y la única explicación de los pésimos resultados que obtuvieron el domingo.
Pedro Sánchez insiste en intentar obtener la presidencia a cualquier precio bajo la idea -que es una excusa- del «cambio». Lo que en el fondo quiere, y yo le entiendo, es que no lo maten, pero es un chico tan pobre, tan intelectualmente breve y tan incapaz de comprender lo que está sucediendo, que no se da cuenta de que en España la dicotomía entre la izquierda y la derecha ha quedado en segundo plano y que ahora todo se articula a través de la tensión territorial. Rajoy y Rivera defienden la unidad y Pablo Iglesias la agita, no tanto para romper España como para usar la dialéctica de la ruptura como un elemento más de desestabilización del «régimen» que dice querer derrocar.
No es que Rivera se haya vuelto marianista, ni que renuncie a su liderazgo, pero tiene una idea suficientemente sólida de España como para favorecer que Rajoy pueda gobernar y tomar las drásticas decisiones que sean necesarias, si es que al final lo son, aunque sea al precio de retrasar su legítimo intento de llegar al poder. Esto es lo que solía llamarse «sentido de Estado. Felipe lo tuvo. Siempre.
El sector socialista que entiende este nuevo y territorial paradigma español -liderado por Susana- demuestra más inteligencia que Pedro Sánchez pero no mucho más «sentido de Estado», en tanto que si bien rechazan el referendo secesionista que exigen Pablo Iglesias y los independentistas, no están por la labor de procurar un gobierno fuerte que pueda hacer frente al desafío separatista, sino que su estrategia es que se repitan las elecciones.
La izquierda siempre ha sido la inmadurez de España y el 36 fue un coqueteo de comunistas y separatistas que ya se veía que acabaría saltando por los aires. Los tiempos han cambiado, es verdad. Pero la izquierda vuelve a las andadas, y encima dando lecciones de libertad y cambio.