Ya es conocida la manipulación que hacen los separatistas catalanes de los combatientes de la guerra de 1714: los degradan de luchadores por un pretendiente al trono de España a luchadores por una república catalana racista. La principal víctima es Rafael Casanova, jefe civil de la resistencia de Barcelona a las tropas borbónicas, entre la que había catalanes, por cierto.
En Vascongadas y Navarra los separatistas bizkaitarras hacen lo mismo con los carlistas, a los que, con la ayuda de algunos historiadores mercenarios (incluso de izquierdas, como Tuñón de Lara), hacen pasar como oponentes a la nacion española. Da igual que el primer alzamiento carlista, en 1833, se produjera en Talavera de la Reina (Toledo), que hubiera partidas carlistas de Andalucía a Galicia y que los carlistas peleasen, ente 1833 y 1939, bajo la bandera rojigualda y por un rey de España.
La derrota carlista en 1876 y la abolición foral posterior (sobre todo la subida de impuestos a las clases altas) alimentaron el malestar sobre el que el loco de Sabino Arana fundó su PNV. Los grandes vascos contemporáneos de Arana, como Miguel de Unamuno y Ramiro de Maeztu, se burlaron de sus elucubraciones y desmontaron sus fantasmogorías de carácter histórico. Una de éstas era el establecimiento de una continuidad entre los carlistas y los nacionalistas, ambos unidos contra un Madrid, que para los primeros era liberal y masón y para los segundos sucio, vago, lleno de funcionarios y enemigo de los vascos.
¡Con Sabino Arana!
Semejantes mentiras, adobadas con un racismo insoportable, no habrían prosperado tanto en la España posfranquista de no haber entregado Adolfo Suárez la educacion al PNV y no haber apoyado la izquierda, con el PSOE y El País al frente, el discurso nacionalista por debilitar a la derecha y por continuar el mensaje antifranquista.
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En la Transición, el abertzalismo se encontró con que sus únicas figuras destacables eran los hermanos Arana, el primer lendakari, José Antonio Aguirre, que se dejó ver en el Berlín de Hitler unos cuantos meses, por si caía algo, y poco más, que los peneuvistas no destacaron ni en el campo de batalla ni en la resistencia al régimen franquista.
Un tonto útil, Manuel Vázquez Montalbán, le hizo el favor al PNV de blanquear en una pésima novela a Jesús Galíndez, un espía del PNV que delataba izquerdistas españoles a la CIA. Pero esto ocurrió hacia 1990. Antes, el PNV no tuvo empacho en enviar a sus historiadores y universitarios, como saqueadores de tumbas, a apoderarse de figuras vascas. Así el pobre general Tomás de Zumalacárregui, un genio de la guerra de guerrillas, fue presentado a los vascos del último lustro de la década de los 70 como un abanderado por la independencia de Euzkadi.
Doy mi palabra de honor de que un enorme mural en las afueras de Bilbao consistía en un lauburu con los colores de la ikurriña en cada uno de cuyos circulos aparecía el perfil de los siguientes paladines peneuvistas: Sabino Arana, José Antonio Aguirre, Tomás de Zumalacárregui y otro general carlista Ramón Cabrera. La manipulación de la figura del caudillo carlista alcanza a su apellido, que se ha sometido a las reglas del euskera-batúa: Zumalakarregi. Muérete y verás.
La derrota carlista en 1876 y la abolición foral posterior alimentaron el malestar sobre el que el loco de Sabino Arana fundó su PNV.
Contra franceses y liberales
Zumalacárregui nació en Ormáiztegui (Guipúzcoa) el 29 de diciembre de 1788, penultimo de los catorce hijos de un escribano real y además acaudalado propietario. A los 16 años marchó a Pamplona, para cursar estudios eclesiásticos; se casaría en 1820 con la hija del dueño de la casa en la que se hospedaba. Cuando estalló la rebelión contra el invasor francés, Zumalacárregui se unió a los patriotas. En abril de 1810 era oficial en un regimiento de infantería de Guipúzcoa, en el que haría toda la guerra de la Independencia.
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Siguió en el Ejército después de la victoria sobre Napoleón. Sus ideas contrarias a los liberales (estuvo un tiempo en Cádiz cuando se abrieron las Cortes) le condujeron a participar en las conspiraciones de los generales realistas Eguía y Quesada durante el agitado Trienio Liberal (1820-1823). Participó en varias acciones militares en Navarra y el valle del Ebro contra las tropas liberales y en 1824 Fernando VII le ascendió a teniente coronel.
El 1828, cuando el monarca regresaba de Cataluña, de aplastar los 'malcontents' que se habían sublevado en su nombre, asistió en Zaragoza a las evoluciones del Regimiento del Príncipe, que mandaba Zumalacárregui, y quedó tan impresionado que le ascendió a coronel. Su siguiente mando fue un regimiento de voluntarios en Gerona. Nuevos destinos le llevaron a Valencia y Galicia. En Ferrol persiguió y desarticuló a la partida de bandoleros de Sopiñas, entre cuyos miembros secretos había hombres ricos y poderosos de la comarca, incluso en la marina. El militar vasco acumulaba conocimientos para la guerra de guerrillas.
En 1830 nació la futura Isabel II y, en los estertores del reinado de Fernando VII, Zumalacárregui tomó el partido del hermano del rey, el infante Carlos María Isidro. Por ello, se le destituyó de su mando en Ferrol y a punto estuvo de trasladársele de Vigo al regimento de África. Protestó y mientras se sustanciaba su expediente permaneció en Madrid hasta abril de 1833. En la corte de entrevistó secretamente con el infante Carlos y se puso a su servicio. De acuerdo con el Borbón, Zumalacárregui marchó a Pamplona, a unirse a los conspiradores absolutistas.
Tomás de Zumalacárregui falleció el 24 de junio de 1835. Y quizás en esa fecha perdió el carlismo su oportunidad de gobernar España.
En cuanto llegó la noticia de la muerte de Fernando VII, quiso salir a la Plaza del Castillo, vestido con su uniforme, y proclamar al nuevo Carlos V, pero sus familiares le disuadieron.Afortunamdamente, porque la guarnición no se sublevó. Después de varias semanas de rencillas entre los carlistas y derrotas ante los cristinos, por fin los amigos de Zumalacárregui le consiguieron un mando limitado a Navarra. En diciembre de 1833, las Diputaciones vascas quisieron poner sus batallones a las órdenes de Zumalacárregui.
¿Sitiar Bilbao o Vitoria?
El 29 de diciembre, después de haber entrado en las semanas anteriores a sus tropas, el general guipuzcoano se enfrentó a los liberales en Nazar y Asarta, y causó más bajas a éstos aunque tuvo que retirarse del campo. Así empezó su fama. Estableció su base en el valle de las Amézcoas, entre Salvatierra y Estella, y en los meses siguientes causó diversos descalabros al enemigo: se hizo con armas, sitió Vitoria (aunque fue rechazado), cruzó el Ebro y penetró en Calahorra, defendió las Amézcoas de un ataque del general Quesada...
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A principios de 1835, los carlistas dominaban todo el noreste de España; los liberales se habían retirado a la orilla sur del Ebro y sólo resistían en las capitales. Zumalacárregui, que ya era el mejor caudillo militar de los absolutistas, quería tomar Vitoria y marchar sobre Madrid, pero los consejeros del infante Carlos le persuadieron a éste de que les convenía más conquistar Bilbao, porque así recibirían reconocimiento diplomático de las potencias conservadoras (Austria, Rusia y Prusia). Antes de empezar el sitio, don Carlos le concedió en mayo el título de duque de la Victoria y el condado de Zumalacárregui.
El sitio, que Zumalacárregui estaba convencido de que duraría poco tiempo, comenzó en junio de 1835 y el día 15 fue herido por una bala en una pierna mientras observaba desde un balcon las maniobras del campo de batalla. Se hizo trasladar a Cegama y atender por un curandero local en el que tenía confianza, pero que le remató.
Tomás de Zumalacárregui falleció el 24 de junio de 1835. Y quizás en esa fecha perdió el carlismo su oportunidad de gobernar España. A su funeral no asistió el infante Carlos, pese a que se encontraba en la cercana Durango.
Calle a un negociador con Mussolini
El ejército legitimista levantó el sitio de Bilbao, pero lo volvió a establecer en 1836. Este segundo fue desbaratado por el general liberal Baldomero Espartero el día de Navidad de 1836 en el puente de Luchana. Por eso, en Madrid todavía hay una calle con el nombre de Luchana, al igual que la glorieta de Bilbao.
Los peneuvistas (y socialistas, y comunistas, y bildutarras) bilbaínos que se indignan con el bombardeo de Guernica por la Legión Condor alemana y la Aviación Legionaria italiana no sienten ninguna contradicción en honrar a un general admirado por los requetés de Franco y que bombardeó la villa.
Ese sectarismo de "haya hecho lo que haya hecho, es de los nuestros (o no es de los nuestros)" se aplica también a Espartero, que salvó a Bilbao del segundo sitio carlista, pero cometió el pecado imperdonable para los nacionalistas de someter los fuero vascos a la Consitución. Los peneuvistas y los socialistas le dieron la calle que tenía en el Bilbao franquista al jerarca del PNV Juan de Ajuriaguerra, cuyo mayor mérito fue negociar en el verano de 1937 con los fascistas italianos la rendición del deambulante Gobierno vasco acogido en Santander; es decir, de ayudar a Franco a ganar la guerra. A este sí que habría que quitarle la calle. Por colaborador con el 'facimo' y por memo.