Por primera vez en cinco años y ocho meses, Mariano Rajoy perdió ayer una votación en el Congreso. Y no una votación cualquiera. Lo que perdió fue su primera votación de investidura. Es decir, el presidente en funciones ha perdido la confianza de la Cámara en primera instancia. Mañana la perderá de forma definitiva en la segunda votación. Mariano Rajoy entra así en una especie de limbo político, entre presidente censurado por la Cámara que alberga la soberanía popular y candidato del Rey en funciones. O candidato perpetuo a la investidura. Mariano Rajoy tenía poderosas razones para no beber el cáliz de una investidura frustrada. Seguramente no era nada personal. Él sabe, como todo el mundo en su partido, que para eso son gente leída, que la confianza del Congreso es la base sobre la que se sustenta un Gobierno. Y que si se pierde ya no se puede seguir siendo presidente. Eso en condiciones democráticas normales. Como la política española entró en estado de excepción desde hace ocho meses, no pasará nada. Desde enero de este año, en el Congreso no paran de suceder cosas, pero nunca pasa nada. Nada que permita vislumbrar siquiera sea de lejos una vuelta a la normalidad.
Rajoy no se refirió ni a una sola de las cesiones que C's le arrancó al PP
Mariano Rajoy tiene motivos para la amargura. Ocho millones de españoles le han votado, fue el único que ganó apoyos entre las primeras y las segundas elecciones. Pero el Congreso no le quiere. Todos los grupos políticos que no son el suyo le dieron ayer la espalda de forma ruidosa e implacable. Cada uno por razones distintas. Y hasta el único actor político que ha querido darle la mano se encarga de aclarar siempre que puede que sólo haya sacado a bailar a la chica más fea porque le obligaron y sólo quedaba ella en el salón. Cada vez que Albert Rivera cruza su mirada con Mariano Rajoy le recuerda: no me fío de ti, no me gustas, eres el malo entre lo malo y lo peor. El líder de Ciudadanos dice cosas sensatas, pero en su gesto es visible la preocupación por el riesgo que ha asumido al pactar con el PP.Mariano Rajoy abandonó el Congreso dejando tras de sí 180 noes como 180 castañas. Hizo de la necesidad virtud y puso la misma cara que pone desde el 26-J. Cara de "y qué quieren que yo le haga. Hasta me he sentado con Ciudadanos. Más no se me puede pedir". A partir de ahora, el presidente rechazado y candidato en funciones se esforzará por mantener viva la idea de una segunda investidura que, a juzgar por lo escuchado en la primera, parece una quimera destinada a alimentar artificialmente la esperanza de un Gobierno inverosímil. El tren de la política española ha enfilado con rumbo alocado hacia unas terceras elecciones y no hay nadie capaz de echar el freno ni mucho menos de ponerse delante del tren para pararlo. Si me apuran, en el fondo, tanto Mariano Rajoy como Pedro Sánchez quieren volver a medirse en las urnas por tercera vez en un año. No se explica de otra forma que el candidato en funciones metiera el dedo en el ojo al PNV con la unidad de España en su discurso. Si buscara un entendimiento con el PNV después de las vascas no lo hubiera hecho. Rajoy es un líder calculador y hay cálculos que no se le pueden escapar. Siempre hace y dice las cosas por algo.
A todos los dirigentes del PP les parece mentira que Sánchez haya podido resistir todas las presiones
De nada le sirvió al candidato en funciones desplegar su celebrada y simpática guasa gallega con la que quiso dar una lección de dialéctica parlamentaria a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias. Puede que ganara el debate. Pero perdió la investidura. Rajoy discute con el líder de Podemos como el tío con el sobrino punki que viene a comer a casa. Con simpatía y perplejidad. Iglesias le hace gracia. Aunque le llame facha franquista y corrupto. El candidato en funciones está sorprendido de que esta gente de Podemos tenga tantos votos.El líder del PSOE, en quien se posaron ayer todas las miradas, le hace menos gracia porque le gustaría entenderse con él y le es imposible. Pedro Sánchez hizo una sólida intervención, sin estridencias y coherente con los cuatro años de oposición al Gobierno de Rajoy. Un discurso que ni siquiera sus mayores adversarios internos pudieron criticar. La intervención de Pedro Sánchez cerró todas las puertas hacia una futura abstención del PSOE en una hipotética segunda investidura que sólo los ingenuos veían abiertas. Aun así, La Moncloa y el PP no se resignan a verlo todo perdido y esperan que después del 25-S el PSOE que ellos imaginan que existe pueda resucitar y rebelarse contra Sánchez. De ilusión también se vive. Mentira les parece a todos los dirigentes del PP que Sánchez haya podido resistir todas las presiones. Presión y Sánchez se han convertido en sinónimo en todas las crónicas periodísticas. Presión para que se abstenga y deje gobernar a Rajoy y presión para una alternativa con Podemos y los nacionalistas-independentistas. Uno de sus colaboradores dejó un recado en los pasillos del Congreso: "La presión es lo que convierte el carbón en un diamante". Así que la pesadilla de las terceras elecciones está cada día más cerca. Rajoy ha puesto en marcha el reloj.