El mito (o timo) de la Volatilidad
Una manera de reducir la ansiedad ante lo impredecible es intentar describir de alguna forma el riesgo al que nos exponemos. Al creer que estamos acotando y delimitando la realidad, nos sentimos más seguros pensando que nada malo puede sucedernos más allá de los muros imaginarios que hemos fabricado con nuestros conceptos.
En el mundo de la gestión financiera y sus productos, tan dado a representar su realidad a través de metáforas numéricas y conceptuales, es muy popular asociar el riesgo de una inversión a dos conceptos matemáticos que han acabado haciéndose muy populares. El primero es la volatilidad o desviación estándar (σ).
Antes de empezar a aburrir al lector con definiciones ortodoxas, me gustaría recordar algo que Einstein solía recomendar a sus colegas: No puedes afirmar que comprendes realmente algo hasta que no eras capaz de hacérselo entender a tu abuela. Si tuviera que explicar lo que es la volatilidad, con palabras de mi abuela, diría que no es más que una forma de medir “cuánto se mueve algo”. Así, mi abuela entendería intuitivamente que las olas del mar en un día de verano son mucho menos volátiles que durante una tormenta tropical.
Pero una descripción de cuánto se mueve algo no nos dice nada sobre el proceso que provoca dicho movimiento. Así, un Fondo de inversión A que ganase todos los meses exactamente un +1%, tendría por definición una volatilidad nula. Pero ojo, también un Fondo B que perdiese exactamente un -1% mes tras mes tendría, por la misma definición, una volatilidad del 0%. ¿Implica esa nula volatilidad que es indiferente invertir en el Fondo A o en el B porque ambos son productos con un “riesgo 0”? Por evidente que sea la respuesta en este caso extremo, la volatilidad se sigue usando como argumento de venta en productos de ahorro.
La volatilidad de un producto financiero no nos dicen absolutamente nada sobre su riesgo real, se trata simplemente de una descripción. Cuántos ahorradores han aprendido esto de la manera más dura posible: perdiendo su inversión en productos que superficialmente parecían no tener riesgo, y así se los vendieron. Con una volatilidad prácticamente nula, de repente sufren una pérdida “totalmente inesperada”. Como ejemplo algunos fondos de Renta Fija —tan populares en España y vendidos como arquetipo de la seguridad—, que invirtieron por ejemplo en bonos de Lehman, una institución que era “demasiado grande para caer”, o en derivados calificados como “matemáticamente seguros” ¿?.
Sin embargo, mi abuela sabía muy bien que aunque por la mañana el mar pueda estar muy tranquilo, “fuerzas que no alcanzamos a ver hoy desde la orilla de la playa pueden transformar esa baja volatilidad en una tormenta capaz de hundir hasta los barcos mejor preparados” (Warren Buffet).
Debemos ser conscientes de que no es la descripción estadística de un producto (Volatilidad, VaR, correlación u otras divertidas y huecas etiquetas) lo que nos revela su riesgo, sino el tipo de apuestas y estrategias que subyacen a dicha gestión.
Si queremos reducir nuestra exposición a lo inesperado, no especularemos basándonos en medidas descriptivas o bonitas fachadas ofrecidas por encorbatados vendedores, sino eligiendo los procesos y conceptos que se esconden detrás de dicha apariencia.
Fuente:Blog Especular.com