Los catalanes que quieren irse de España no son nuestros enemigos, sino nuestros hermanos y está lejos de nosotros aquella costumbre atávica de degollarnos, pero no estaría mal esta tarde triste recordar, como me recuerda un militar demócrata, a Von Clausewitz. "No hay más que una puta verdad: los conflictos se resuelven por consenso o por violencia. Éste hay que resolverlo con política. Pero la iniciativa la lleva el adversario; Clausewitz nos enseñó que no hay que dejar que la libertad de acción la disfrute el enemigo". Los separatistas creen que es muy posible que la independencia no sea inminente, pero se han sentado las bases para que no haya vuelta atrás. "Ahora no son esos señoritos burgueses o carlistas de pueblo o clérigos de Montserrat, sino sindicatos de clase, jóvenes sin futuro, familias de trabajadores". Entre los amotinados hay provocadores y estúpidos; hay también gente seria que sabe que la independencia aún está lejos pero ya ha empezado una larga guerra de posiciones en el sentido gramsciano. Esto no es un pasatiempo, ni un concurso de eslóganes electorales, sino un serio enfrentamiento de comunidades donde juegan el odio, el resentimiento, los agravios y las falsificaciones de la Historia. Hasta ahora están cumpliendo su propio guion y el Gobierno tiene que pensar cómo va a tapar la vía de agua. "La vía de agua será más difícil de tapar a medida que pase el tiempo". Un político cercano a La Moncloa comenta: "En este momento hay que estar con el Gobierno y con la Constitución sin recurrir a otra fuerza que la de la Ley". Todos coinciden en que defender la unidad de todos los españoles es una causa justa y escuchar a los catalanes será una obligación del Gobierno que salga el 20 de diciembre. Hasta entonces habrá que aguantar las provocaciones. Estuvo muy bien Inés Arrimadas, no en plan Agustina de Aragón, sino en el papel de una demócrata europea recordándoles a los nacionalistas amotinados que no hay nada más insolidario que defender la independencia, o sea una Europa con fronteras, una Europa sin Europa, tan de moda en la algarabía de anti-sistema xenófobos, ultraderechistas con botas de pisar emigrantes, ultras de puños de hierro y nacional-chovinistas. Les recordó a los de la banda del sí que no tienen los dos tercios para cambiar el Estatut y quieren desafiar la Constitución y las mayorías. Ahora hay que poner en marcha la mastodóntica, lenta y laberíntica máquina de la Justicia. Me recuerda un jurista que lo del imperio de la Ley suena bien, es un gran recurso retórico, pero lo malo es que la Ley es también la fuerza. El cumplimiento de la Ley puede terminar en fuerza, ya sea en un embargo, en un desahucio, o en una declaración de independencia. El Parlament carece de competencias para acordar algo que afecta a todos los españoles y todo es resultado aquella dictadura silenciosa que vio Tarradellas: "La de Pujol es una dictadura blanda y blanca. No mata, no fusila, pero dejará un lastre muy fuerte".