El expresidente Felipe González cree que la opción más conveniente para el futuro del país sería un gobierno del PP con Ciudadanos, que debería ser facilitado por la abstención del Partido Socialista. Esta es la noticia que ha saltado este martes a las pantallas de Telecinco, que se hacía eco de una reunión que ha mantenido González con algunos embajadores para analizar la situación crítica por la que atraviesa la nación.
A mí me parece una opción imbatible. ¿Tiene algún viso de que su partido sea receptivo a la misma? Cuando González perdió por primera vez las elecciones desde 1982 a manos de Aznar, pero por la mínima, podría haber intentado alguna maniobra para seguir en el poder con el apoyo de los comunistas y de los nacionalistas vascos y catalanes. Pero prefirió ceder el paso. Desde entonces, su tesis es que el partido más votado debe ser el candidato natural a formar gobierno. La opinión que ofreció ayer ante los embajadores sigue ajustándose a aquella idea tan notable. A su juicio, una alianza entre el PSOE y Podemos sería letal para el país, y no le falta razón. Llevaría a una economía todavía boyante a un callejón sin salida y establecería una dependencia insana del PSOE respecto del partido de Pablo Iglesias, cuya indisimulada ambición es convertirse en la alternativa de izquierdas del país, arrasando la casa construida con denuedo por González y Guerra durante las últimas décadas.
La opinión de González sobre Iglesias y sus huestes no puede ser peor. La avala su reciente estancia en Venezuela, para apoyar a los opositores de Maduro, donde ha recabado información de primera mano sobre la complicidad de Podemos con el régimen bolivariano, del que ha recibido cuantiosa ayuda económica. Iglesias es un leninista confeso, un personaje siniestro sin escrúpulos para el que la mentira goza de impunidad bíblica, como para los musulmanes. Para él la mentira es un instrumento más al servicio del objetivo final, que es la conquista, por asalto si hace falta, del poder. Este es un planteamiento muy alejado de los que ha hecho gala González a lo largo de su carrera política.
No hay que olvidar que González fue quien condujo al PSOE a hacer apostasía del marxismo, el que aguantó al país en la OTAN, olvidando los efluvios juveniles del principio, y también el que remató la faena de integrarnos en la Comunidad Europea. A pesar de que su gestión económica al frente de sus sucesivos gobiernos dejó siempre mucho que desear, como corresponde por genética a cualquier socialista, caben pocas dudas de que en los momentos cruciales se comportó como un hombre de Estado. Se desembarazó en el momento oportuno de Alfonso Guerra, y llegado la hora de elegir siempre apostó por la economía de mercado, frente a la mayoría de los correligionarios que querían al partido permanentemente encamado con los sindicatos, el gasto público y el Estado grande.
EXPANSION
LLEGADO LA HORA DE ELEGIR GONZÁLEZ SIEMPRE APOSTÓ POR LA ECONOMÍA DE MERCADO, FRENTE A LA MAYORÍA DE LOS CORRELIGIONARIOS
Todo esto lo pudo hacer, incluso con gran parte de los cuadros del partido y de la militancia en contra, gracias a su gran ascendiente, incluso entre los que incondicionales. Gracias a que era un líder. Un líder político en todo el sentido de la palabra. Como Aznar en el caso del PP. Después de este dueto no ha habido más líderes en el país hasta la fecha.
¿Qué influencia tiene ahora González en el partido? ¿Puede su juicio frenar la ambición desmedida de Sánchez por llegar a ser presidente del Gobierno? Yo creo que las opiniones del ex presidente nunca caen en saco roto y son recibidas en el partido con el halo de respeto que infunde una gran trayectoria histórica. Pero también que el hecho de que lleve tanto tiempo apartado de la primera línea de fuego, y dedicándose a ganar dinero -cosa que le honra y que hace muy bien- constituyen un hándicap. Otro hándicap es la militancia. Yo he nacido en un pueblo genuinamente socialista, donde gobiernan los socialistas desde las primeras elecciones municipales. Y me conozco muy bien el percal. Sería inaceptable para mis paisanos, es decir, para los socialistas de a pie, que Sánchez permitiera que la derecha siguiera agarrada al poder. Sería imperdonable. Un delito de lesa patria. Un casus belli.
Sólo alguien como González, un líder en todo el sentido de la palabra, podría ser capaz de arrastrar a regañadientes al partido, persuadirle, y en todo caso forzarle a abstenerse para hacer posible un Gobierno del PP con Ciudadanos por el bien de la nación. Pero ni Sánchez es un líder -pues está contestado internamente desde el mismo momento en que fue elegido secretario general- ni está por la labor. Su única obsesión -dado el escaso aprecio de que goza entre las baronías y la propia militancia-, su último tren, el único que no puede dejar escapar, es intentar como sea, al precio que sea, ser presidente del Gobierno.
En este caso, que es lo que pienso que ocurrirá, las condiciones leoninas en las que sigue insistiendo Pablo Iglesias para permitir la investidura de Sánchez -un gobierno compartido, unas políticas de gasto incompatibles con nuestros compromisos europeos, y unas veleidades sobre el modelo territorial temibles- conducirán al país a una situación todavía más endiablada de la que todavía se encuentra con el actual gobierno provisional. Parará en seco, en un año a más tardar, el crecimiento y la generación de empleo, nos desproveerá de la reputación ganada en el escenario internacional y nos convertirá de nuevo en un grave problema para la Unión Europea. Esta vez, probablemente, el más grave desde su constitución.