Re: Catalunya-España 2.017 (cosas que pasan)
JAVIER OMSBarcelona@javioms
05/02/2017 03:29Montoliu, un pequeño municipio a 10 kilómetros de Lérida, inauguró a finales de 2016 la primera calle de Cataluña dedicada a la consulta del 9-N. El acto fue noticia, pero no por rememorar la votación por la que Artur Mas será juzgado a partir de mañana por desobedecer al Tribunal Constitucional. Quien ideó el homenaje no vio que la calle escogida era un callejón sin salida. El ex presidente catalán, que acudió para descubrir la placa, solventó la situación con la ambiciosa épica con la que dota al procés: «No es que no tenga salida, es que no tiene entrada porque se la hemos tapiado a nuestros adversarios y damos salida a nuestas libertades». Aplausos para el ex mandatario y fotos.Si en los últimos cinco años algo en Artur Mas ha competido con los giros heroicos de sus discursos ha sido lo profundo que ha llegado su reconversión al independentismo. Un cambio súbito que le hizo abandonar el autonomismo pujolista para abrazar una causa inédita en su partido, cobijo del catalanismo moderado. El juicio que afronta ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) es sólo una nueva parada en la travesía, que escogió empujado por despecho hacia el Gobierno para retener la Generalitat y para salvar a su partido. Esas tres razones siguen tan vigentes en su plan como el primer día. Como demostró durante el acto en el pequeño Montoliu, también resiste intacta su capacidad para instrumentalizar en su beneficio los momentos álgidos del desafío soberanista. El juicio de mañana por organizar y permitir la votación del 9-N será otro de esos capítulos históricos. Mas se enfrenta a una posible inhabilitación. Pero también a otra oportunidad para él. El ex presidente ya salió reforzado de su primera declaración ante el TSJC por la misma causa, el 15 de octubre de 2015. Fue arropado por miles de personas en la calle y 400 alcaldes se encargaron de ofrecer el icono visual que reclama el relato soberanista: acompañaron a Mas hasta la puerta agitando sus bastones de mando. Con casi 40.000 inscritos para la concentración de mañana, cerca de 160 autobuses fletados por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y el llamamiento del Gobierno catalán a que los funcionarios no acudan a trabajar, Mas atisba su resurrección política en otra movilización masiva.El despliegue, sumado a la negativa de Carles Puigdemont a ser candidato, ha acelerado la cuenta atrás para que Mas intente regresar al Palau. Esta vez con un argumento de peso para el soberanismo: ser el primer presidente catalán que va a juicio. El mártir que le falta al procés.Hasta llegar a ese cálculo, Mas ha realizado un recorrido tan exótico ideológicamente como breve en el tiempo. Antes de ser candidato a presidente, siempre abominó de cualquier apuesta por la independencia. Un ideal que veía provinciano y que, además, monopolizaban sus rivales históricos entre el nacionalismo: ERC. Artur Mas plasmó su postura contraria a la secesión en una larga entrevista editada en el libro ¿Qué piensa Artur Mas? (Dèria Editors): «La independencia es un concepto anticuado y un poco oxidado». En el momento adecuado, CiU y su presidente decidieron sacar la herrumbre y dar brillo a la independencia gracias a su repentino cambio de opinión. La primera vez que se asomaron a algo parecido al soberanismo fue durante el debate para la redacción del nuevo Estatuto de Autonomía, en 2005.Con el tripartito de izquierdas en la Generalitat -PSC, ERC e ICV-, el líder de CiU pidió incluir en el Preámbulo del texto «el derecho de Cataluña a decidir libre y pacíficamente su futuro como pueblo».Una propuesta que fue más escenificación ante el tripartito y el electorado que una ambición real. La inclusión en el Preámbulo, y no en el articulado legal del Estatuto, dejaba el redactado sobre el «derecho a decidir» en puro simbolismo. Mas acompañó la teatralidad del momento con una actuación personal que aún escuece entre los miembros del tripartito.Por lo que supuso de traición, pero también porque fue el principio del fin político de Pasqual Maragall. El entonces líder de la oposición en el Parlamento catalán aprovechó el bloqueo del Estatuto para viajar a Madrid, sin informar a nadie, y pactar un redactado a la baja con el entonces presidente del Gobierno,José Luis Rodríguez Zapatero. Recorrió los 600 kilómetros entre Barcelona y Madrid en coche para evitar ser visto en el aeropuerto de El Prat o en un AVE camino de La Moncloa. Pese a la falta de lealtad con el Gobierno catalán, Mas evidenció su capacidad para beneficiarse de las movilizaciones populares. Fue él, y su partido, quienes más rentabilidad electoral lograron de la sentencia de 2010 del Constitucional -a partir de una denuncia del PP- que motivó un nuevo recorte en el Estatuto aprobado en referéndum en 2006. Las protestas en la calle -encabezadas por el entonces presidente, el socialista José Montilla, y a la que acudieron todas las formaciones del Parlamento catalán, excepto el PP- sirvieron para que la reivindicación del «derecho a decidir» calara como argumento entre un electorado hasta entonces alejado de posiciones soberanistas.Mas y CiU vieron su oportunidad en el enfado ciudadano e incluyeron esa reivindicación en su programa. Evitaron, en todo caso, cualquier mención concreta a la independencia. Funcionó, y en 2010 Artur Mas llegó a la Presidencia, objetivo para el que fue escogido siete años antes por Jordi Pujol.Desgastado por los recortes de la crisis, Mas jugó en su primera legislatura a dos manos.Con una llegaba a acuerdos puntuales con el PP catalán para cercenar servicios sociales.Con la otra reivindicaba un nuevo modelo fiscal para Cataluña. Una imitación del concierto vasco bautizado como pacto fiscal. El Gobierno central, también castigado por la crisis, rechazó la exigencia de lleno.La primera gran manifestación de la Diada, en 2012, fue el punto de inflexión para Mas. CiU acudió a la marcha en Barcelona reivindicando el pacto fiscal.Todos los esfuerzos de los convergentes por dominar la marcha, no obstante, palidecieron ante la pujanza que el independentismo sobrevenido demostró en las calles. El temor a que ERC fuera la única beneficiada del furor ciudadano hizo que CiU, que entró pidiendo dinero al Gobierno, saliera de la Diada esgrimiendo el Estado propio.Por primera vez, sin embargo, Mas no logró aprovecharse de la situación. Al menos de inicio. En las elecciones anticipadas de ese año, CiU cayó de los 62 a los 50 escaños y acabó gobernando en minoría.Esta vez en manos de una ERC muy reforzada por los votantes al ser vistos como defensores primigenios de la independencia. Fueron los republicanos y el primer grupo parlamentario en la historia de la CUP quienes condicionaron la supervivencia del Gobierno de Mas a la convocatoria de un referéndum en 2014.La cita del 9-NDesgastado ante el votante por los recortes y presionado por la euforia de ERC y la CUP, que exigían acelerar la independencia, Mas llegó a la consulta del 9-N bajo mínimos.Sus dudas a la hora de convertir la votación en un verdadero desafío al Estado dejaron entrever a la CDC de siempre, dispuesta a volver a la puta i la Ramoneta. Las advertencias de la Justicia y la falta de un proyecto sólido acabaron por reducir la cita a un acto reivindicativo, festivo y destinado a convencidos: venció el sí a la independencia con el 80,7%.El 9-N, sin mayor efecto que el simbólico, fue en todo caso un éxito. La participación de 2,3 millones de personas y la ausencia de incidentes fue una bocanada de oxígeno para Mas. Al finalizar la jornada, el presidente se apropió de todas las intervenciones y se arrogó el mérito: «Si la Fiscalía quiere saber quién es el responsable, que me miren a mí». La jugada le salió a la perfección. Su imagen como adalid de la consulta forzó a ERC a aplazar sus planes para intentar arrebatar el Gobierno a CDC. Los republicanos cedieron a la presión para acudir a las urnas en una coalición -Junts pel Sí- que tiene en el referéndum de septiembre su gran meta. Sólo la CUP trastocó sus planes.Con el juicio de mañana, Mas se enfrenta a dos cosas: a la inhabilitación o a una nueva oportunidad de instrumentalizar el procés en su favor y el de su partido.