Si así fuese, nos lleva a otro escenario (del estilo de la paradoja del gato de Schrodinger).
Hasta hace tres semanas, posiblemente incluso desde octubre-noviembre (como ciertas fuentes indican respecto del norte de Italia), el bicho campaba por sus anchas en nuestro territorio. Y nadie se moría o padecía males apocalípticos. Bueno, nadie "más de lo normal". O sea, se enfermaban y morían lo previsto y acostumbrado.
De repente nos pusimos mirar al bicho, y TODO ES COVID-19, pandemia tremebunda que acabará con la civilización tal y como la conocemos.
Ese hipotético escenario de libre transmisión comunitaria del COVID-19 durante el invierno 2020 nos llevaría también a la otra evidencia empírica, de que mientras no se hizo nada, el proceso de infección-enfermación-complicación-fallecimiento iba por sendas muy razonables y normalitas. Nada ajeno a una tradicional gripe estacional algo más virulenta de lo habitual.
Sin embargo, una vez todas nuestras autoridades y buena parte de conciudadanos decidió convertirse en alarmados pollos descabezados, todo se salió de madre. Lo que iba a ser una simple "dificultad", que requeriría esfuerzos y arrestos, pero perfectamente manejable, se ha convertido en una crisis socio-económico-sanitario-sistémica que ni con un "rescate a la griega" vamos a ser capaces de arreglar.
Eso en la hipótesis de la pre-existencia de multitud de casos no diagnosticados previos.
La alternativa, que aquí no había nada, hasta finales de febrero-inicios de marzo, donde apareció todo, convierten la cepa del COVID-19 español quizás en uno de los patógenos más virulentos que la literatura médica haya descrito jamás.
O eso, o que nuestro sistema público en su conjunto (sanitario, político, institucional,....) realmente era (y es) de p**a pena. Y engañados nos tenían.
la plus belle des ruses du Diable est de vous persuader qu'il n'existe pas!