El 'tiro en el pie' de Trump con los aranceles: un error sobre cómo funcionan que le puede salir muy caro a EEUU
Primero: ¿qué son los aranceles?
Para empezar, hay que entender que los aranceles son impuestos que un país cobra a los consumidores de ese mismo país en la aduana por importar productos extranjeros. Cuando Trump pone aranceles a Canadá, los que pagarán esos impuestos son los propios ciudadanos estadounidenses cada vez que importen productos canadienses. El resultado será un aumento de los precios de los productos importados, ya que, al precio del bien, se añade ese impuesto que cobra el Gobierno
Los aranceles tienen dos objetivos. El primero, como todo impuesto, es recaudar fondos para el Gobierno. Pero el segundo, y más importante, es defender a la industria nativa de un país. Los aranceles son un recargo a los productos extranjeros, que hacen que esos productos sean más caros y menos atractivos para los consumidores, dando una oportunidad a los fabricantes locales de competir contra productos más baratos porque provengan de países con sueldos más bajos, menores estándares medioambientales, menos impuestos, etc. Por supuesto, esos aranceles tienen que ser muy concretos, dirigidos hacia ciertos sectores que necesiten ayuda, e idealmente tener el nivel mínimo necesario.
Un ejemplo claro lo hemos visto
en Europa con los aranceles a los coches eléctricos chinos. La Comisión Europea cree que
dichos coches son más baratos de lo que deberían ser por las ayudas que el Gobierno chino da a sus firmas automotrices, y confía en que las marcas europeas podrán competir contra ellas mucho mejor en unos años si la 'ola' de coches chinos baratos no se las lleva antes por delante. Así que Bruselas usa esos aranceles para aumentar el precio de esos vehículos y que los modelos de Renault o Volkswagen, por poner dos ejemplos, no sean tan caros en comparación.
Los aranceles, por supuesto, también tienen claras desventajas. Por un lado, suponen dar un portazo al libre comercio. Los Gobiernos que los imponen están alterando artificialmente los precios del mercado, reduciendo la capacidad de elección de los ciudadanos y aumentando sus costes. Y eso puede volverse en su contra a largo plazo: en un mundo ideal, los fabricantes locales seguirían compitiendo entre sí hasta que sus precios y calidades fueran tan buenas como las de los productos extranjeros. En ese momento, ya podrían levantarse esos aranceles y dejar que todos compitan, ahora sí, en igualdad de condiciones. Pero si no hay suficiente competencia nacional, los aranceles pueden tener el efecto contrario y hacer que las marcas locales se acomoden y empeoren, en vez de mejorar. Si el cierre al resto del mundo supone que los fabricantes del país se quedan sin una competencia real, estos pueden acabar convirtiéndose en un monopolio o un oligopolio y aumentando los precios, sabiendo que tienen el 'colchón' de los aranceles. Si un arancel hace que un producto chino pase de 10 a 20 dólares, el fabricante local puede subir sus precios hasta los 19 y seguir siendo más barato. ¿Quién pierde? Los consumidores, que tendrán que pagar más, tanto por el producto chino como por la alternativa nacional.