En los años 60, quizás porque algunos padres españoles tenían querencia al autoritarismo, muchos jóvenes abandonaban el hogar familiar y se independizaban. En plena burbuja inmobiliaria (cuando, según algunos, se ataban los perros con longaniza), muchos padres se quejaban de que no había manera de que sus hijos se fueran de casa, seguramente porque con sus padres vivían como pachás.
Pongo ese símil, porque es cierto que la unión hace la fuerza. Pero la unión consiste en un acuerdo de estar juntos, nunca una imposición. La unión a la fuerza genera una fuerza centrífuga enorme de consecuencias nefastas, aunque algunos se empeñen en ignorarla.
Por eso mismo, a mí me gustaría que todos siguiéramos juntos pero sin imposiciones, por decisión libre y democrática de todos y cada uno. O sea, al revés que ahora.
Y mientras no sea así, respeto el sagrado derecho de irse a quien así lo decida democráticamente.
No sé si esa unión libre y democrática es la que tienen los alemanes. Si es así, enhorabuena. Aquí no podemos decir lo mismo, para desgracia nuestra; quizás tengamos todavía una mochila muy pesada por no haber roto amarras con el antiguo régimen.
El silencio es hermoso cuando no es impuesto.