El profesor Salvador Cardús, sobresaliente intelectual orgánico del secesionismo, ha dado la voz de alarma ("De emociones y de razones", LV, 4/1/2017): se está creando "una plataforma de pensamiento o de propaganda –el tiempo lo dirá– para combatir de manera racional la independencia de Catalunya". Empezamos mal, con una tergiversación. Lo que pretende esta plataforma –ThinkCat– aún en gestación, encabezada por Josep Piqué, Francesc de Carreras y Josep Borrell, no es, según la información periodística (Crónica Global, 2/1/2017), combatir una independencia mítica, cuyo espejismo parece condenado a desvanecerse en el limbo de las alucinaciones etílicas, sino, como cita textualmente el mismo Cardús, "favorecer los argumentos académicos y racionales, más allá del exceso de emocionalidad que suele dominar el debate actual". En otras palabras: abrir un cortafuegos racional para detener el incendio emocional provocado por los pirómanos secesionistas.
Movilizar a las masas
No le toquen las emociones al profesor Cardús ni a sus acólitos secesionistas, porque de ellas se nutren. Las emociones, sostiene, "no son irracionales, sino que también suelen tener una base racional perfectamente analizable". Por supuesto: las emociones que los totalitarios inculcan a las masas se sustentan sobre razonamientos falaces minuciosamente elaborados en forma de ideología por sus propios intelectuales orgánicos.
Martin Heidegger y Carl Schmitt los elaboraron en favor de los nazis; los mistificadores de la Academia de Ciencias de la URSS, Louis Althusser y Roger Garaudy, en favor del comunismo. La prueba de la versatilidad de quienes fraguan los razonamientos falaces es que, a continuación, Garaudy abjuró del marxismo-leninismo para convertirse sucesivamente en exegeta del catolicismo integrista, del negacionismo pronazi y por fin del fundamentalismo islámico, sin modificar, en el trayecto, un ápice de su cosmovisión hostil al humanismo ilustrado. Y en todos estos casos y en muchos otros parecidos son las emociones destiladas metódicamente en los laboratorios totalitarios las que actúan para movilizar a las masas contra sus semejantes, trocados en enemigos ficticios.
Son las emociones, insisto, las que generan fracturas artificiales dentro de la sociedad, como las que nos toca soportar en Cataluña, y en España, y en Europa… y en todo el mundo. Lo ha explicado Karl Popper (La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, 2010):
El racionalismo se halla íntimamente relacionado con la creencia en la unidad del género humano. El irracionalismo, al que no obliga ningún deseo de consecuencia, puede darse en combinación con cualquier tipo de creencia (…) pero el hecho de que pueda combinarse fácilmente con otro credo completamente distinto y, especialmente, el que se preste fácilmente al apoyo de una creencia romántica en la existencia de un grupo elegido, de una división de los hombres en conductores y conducidos, en amos y esclavos naturales, nos demuestra claramente que la elección entre el irracionalismo y el racionalismo crítico involucra una decisión moral.
Y nos atañe también lo que Popper agrega más adelante:
Es característico de la moderna historia romántica el combinar un colectivismo hegeliano en lo relativo a la ‘razón’ con un individualismo excesivo en lo referente a los ‘sentimientos’; de este modo se hace hincapié en el idioma como medio de autoexpresión y no de comunicación.
Emociones cutres
El profesor Cardús sostiene, con aires de superioridad, que si sus antagonistas fueran realmente adictos al discurso racional y académico deberían estar abiertos a las virtudes de la independencia y valorar si esta conviene o no a Cataluña y a España. Sucede que ya han hecho el balance con argumentos muy sólidos, argumentos que el estricto control que la Generalitat sectaria ejerce sobre los medios públicos o subvencionados impide transmitir a los ciudadanos mediante debates cara a cara. Josep Piqué podría disipar muchos equívocos desde el punto de vista político y Francesc de Carreras desde el institucional y constitucional. Josep Borrell sí tuvo una única oportunidad para discutir sobre economía con Oriol Junqueras en 8TV, y le pasó por encima como una apisonadora. Precisamente Borrell estuvo cargado de razones y Junqueras de emociones. Cutres, para colmo. No se repitió el experimento.
Si la Generalitat sectaria no cerrara los espacios de debate, Francesc de Carreras también podría aportar por enésima vez, como ya lo ha hecho en medios españoles, una andanada de razones para desmontar el entramado de mentiras emocionales urdido en torno del Estatut, que los secesionistas han convertido en su banderín de enganche. El funambulista Antoni Puigvert lo desmonta, más modestamente, en uno de sus periódicos arranques de sinceridad ("Las muletas", LV, 21/12/2016):
A pesar de su falta de cohesión interna, el tripartito impulsó la renovación del Estatut, que se convirtió en una confusa competición de catalanidad. El final de esta aventura fue leído como una de tantas caricaturas del tripartito. ERC fue expulsada del gobierno por Maragall y en el referéndum pidió el no al Estatut. Por razones antagónicas, ERC y PP votaban igual. La victoria del sí (73,2 %) fue pírrica: la baja participación (48,9 %) daba alas a los juristas del TC para recortarlo.
Se sigue ocultando estas razones –baja participación, victoria pírrica, alas para el recorte– porque así se estimulan las emociones.
¿Otra razón que, si se comunicara a la masa, enfriaría la emoción suscitada por la mentira de que España nos roba? "El Govern prevé pedir 7.392 millones prestados al Fondo de Liquidez Autonómico en el 2017" (LV, 29/12/2016). Razón complementada, eso sí, con la información de que los sembradores de emociones maquillan (¿malversan?) "con imaginación" los presupuestos del 2017 para colar una partida de 5,8 millones destinada a financiar el referéndum ilegal (LV, 16 y 30/11/2016). Todo tan contrario a la razón como emocionante.
La ley de la selva
El cortafuegos racional deberá ser muy ancho y profundo para frenar la propagación del incendio alimentado con mentiras generadoras de emociones. Rafael Jorba dibuja con singular crudeza la magnitud de la conflagración, tomando como punto de partida la ley de transitoriedad jurídica o de desconexión ("La ley de la opacidad", LV, 6/1/2017):
Desde el punto de vista formal, el texto ha sido inscrito en el registro del Parlament y está cerrado bajo siete llaves "para no facilitar el trabajo a la justicia española y al Estado". Esta ley de la opacidad no facilita tampoco el trabajo de los otros grupos y es contraria a los usos y costumbres de los parlamentos. Desde el punto de vista del fondo, sólo se han revelado los nueve epígrafes del proyecto y su artículo primero: "Catalunya se constituye en una república de derecho, democrática y social". Sin embargo, haciendo abstracción de la legislación española de referencia, se puede decir que la ley se sitúa bajo mínimos respecto de la propia legislación catalana: si para hacer lo mínimo –la reforma del Estatut– la carta autonómica establece que se requiere el apoyo de las dos terceras partes del Parlament (90 escaños), para hacer la máxima –una República independiente– no bastan los 72 diputados de JxSí y la CUP.
(…)
Paralelamente, Carles Puigdemont explicaba que en el referéndum que debe culminar el proceso, previsto para septiembre de este año, bastará la mitad más uno de los votos, "como ocurre en todos los casos del mundo". Como estoy convencido de que el presidente de la Generalitat no miente, le invito a releer la jurisprudencia internacional de referencia: de La ley de Claridad canadiense a los informes de la Comisión de Venecia o la reciente sentencia del Tribunal Constitucional alemán rechazando un referéndum en Baviera. De lo contrario, nos regiríamos por la ley de la opacidad, por no decir la ley del embudo.
O, ¿por qué no?, la ley de la selva. Que es, también, la ley de la emoción, de la territorialidad, de la segregación, de los impulsos irracionales.
De regreso a la civilización, es urgente exigir que en Cataluña cese el bloqueo del espacio público y se sustituya el discurso hegemónico del secesionismo por un debate racional sobre las necesidades imperiosas de la sociedad, como paso previo al ejercicio del derecho inalienable de los ciudadanos a elegir a sus representantes parlamentarios en impecables comicios democráticos. Con la sentencia del Tribunal Constitucional alemán rechazando el referéndum en Baviera como guía, ya que con las de su homólogo español no basta.
Razones y no emociones tóxicas. Urnas y no fronteras espurias entre compatriotas.