Acaba de admitir Josep Piqué en una entrevista concedida a El Mundo que los gobiernos españoles, incluido aquél del que él fue ministro, llevan mucho tiempo equivocándose con Cataluña. ¡A buenas horas, mangas verdes!
Según Piqué, lo importante en la llamada construcción nacional impulsada por Pujol no ha sido la lengua, sino la utilización del sistema educativo para el adoctrinamiento de los niños. Esto último es muy cierto, tanto que ha sido denunciado a lo largo de cuatro décadas por infinidad de personas y entidades sin que los políticos, de ningún partido, les hayan prestado atención jamás. Pues para los políticos, esa casta de mediocres engreídos, sólo cuentan las palabras de otros políticos. Como si solamente de los cargos salidos de la urnas pudieran emanar opiniones dignas de consideración.
Lamenta también Piqué que ningún gobierno haya dado el combate ideológico y la respuesta legal que exigían las acciones de los sucesivos gobiernos separatistas. Tiene razón de nuevo. Pero si la ausencia de combate ideológico es de idiotas, la ausencia de respuesta legal es de delincuentes. ¿No juró Piqué, y todo el gobierno del que formó parte, y todos los gobiernos anteriores y posteriores, cumplir y hacer cumplir la Constitución y el ordenamiento jurídico?
Pero, retomando la frase sobre la importancia de la educación y la no importancia de la lengua, no nos queda más remedio que quitarle la razón a Josep Piqué y dársela a Jordi Pujol, el político más inteligente y taimado que ha dado España en el último medio siglo. Pues bien claro lo dejó en la conversación con el ministro socialista Francisco Fernández Ordóñez recogida por José Bono en sus memorias:
La independencia es cuestión de futuro, de la próxima generación, de nuestros hijos. Por eso, los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza.
Idioma, bandera y enseñanza: tres terrenos de juego en los que los separatistas llevan cuarenta años marcando miles de goles a puerta vacía por incomparecencia del adversario.
Pero ¿de dónde viene tanto interés por extirpar una de las dos lenguas que hablan los catalanes desde hace muchos siglos? ¿Por qué tienen los supuestos defensores de las esencias catalanas tanto afán en atentar contra la misma entraña de Cataluña eliminando la lengua en la que escribieron Boscán, Capmany, Aribau, Balmes, Pi y Margall, Milá y cientos más de escritores catalanes pasados y presentes, como Marsé, Matute, Salisachs, Mendoza, Falcones, Cercas, Vila-Matas, Ruiz Zafón, Regàs, Argullol, Goytisolo, Azúa… y en la que hablan hoy millones de catalanes?
La respuesta es fácil: porque los separatistas, anticuadísimos seguidores de la decimonónica idea de que una lengua es igual a una nación (bastaría recordar las aproximadamente 6.900 lenguas habladas en los 193 países sentados en la ONU para darse cuenta del disparate), están convencidos de que cuanto menos lengua española se hable en Cataluña, más nación será ésta.
Ahí nace el odio. Nadie mejor para explicarlo que el padre de la criatura, Enric Prat de la Riba, en sus inmortales líneas sobre la "monstruosa bifurcación" del alma catalana –es de suponer que similar a la del Dr. Jekyll y Mr. Hyde– que había que curar mediante un "proceso de nacionalización" movido por "el odio". Y uno de los elementos claves de esa bifurcación espiritual es, naturalmente, esa "irreductible diferencia que separa a Castilla y Cataluña" y que "según decía san Agustín (…) nos hace preferir a la compañía de un extranjero la de nuestro perro, que al fin y al cabo, más o menos, nos entiende: les separa la lengua".
Habrá que deducir, por lo tanto, que el padre de la nación catalana prefería la compañía de un perro a la de un castellanohablante, con el que, al parecer, no habría podido entenderse ni con gestos. No le hicieron demasiado caso en la Generalidad al redactar en 2012 las instrucciones a los médicos para que intentaran comunicarse con sus pacientes castellanohablantes mediante gestos mejor que mediante la lengua ésa que provoca bifurcaciones ectoplásmicas.
Medio siglo después de Prat, mosén Armengou, uno de los padrinos ideológicos de Pujol tras haber salvado el pellejo sumándose al alzamiento del 18 de Julio, escribió que no son catalanes los catalanes "que rechazan la catalanidad y sus consecuencias". La primera de ellas, evidentemente, "no consentir que ningún catalán hable otra lengua que la catalana". Y mucho ojo, pues incumplir este mandamiento tiene consecuencias zoológicas:
Los zorros y los sapos de nuestro país también han nacido en Cataluña y no decimos que sean catalanes. Pertenecen a la fauna mundial. Estos catalanes circunstanciales tampoco son catalanes. Pertenecen a la fauna española.
No puede estar más claro: la lengua no como medio de comunicación, sino como medio de incomunicación y de agitación del odio.
Se dice que los del partido gobernante están preparando una nueva subida de enaguas en asuntos lingüísticos para saciar a los insaciables separatistas. Del PSOE mejor no hablar, pues ha demostrado mil veces su complicidad en la extirpación de la lengua española en Cataluña. Y aumentan las voces que lamentan que Ciudadanos haya abandonado la trinchera de la libertad lingüística.
¿Habrá algún día algún político español capaz de darse cuenta de todo esto? ¿Harán falta más argumentos y más datos que los que desde hace décadas se han esgrimido en un millón de ocasiones? ¿Cómo habrán de explicárselo quienes sufren diariamente el apartheid lingüístico en Cataluña? ¿Ladrando?
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