Re: las mentiras del delincuente
La desesperación de Junqueras
Oriol Junqueras, durante su declaración en la segunda jornada del juicio del 1-O, junto al resto de acusados, en el Tribunal Supremo. POOL
Hay muchas maneras de abordar el juicio que ha empezado a celebrarse en el Tribunal Supremo, pero todas ellas se pueden reconducir a dos géneros: la crónica teatral y la crónica de sucesos. El primero permite el vuelo de la pluma, el yo, la referencia erudita y el análisis psicológico de los personajes. Pero, no lo olvidemos, tras caer el telón, el actor que interpreta a Hamlet deja de estar muerto, se levanta de las tablas y se da una ducha. El segundo -si no se envilece copulando con la literatura- es prosaico, alérgico a la metáfora e impersonal; y si el cronista cuenta que Hamlet murió por una herida incisa producida por un objeto cortante que interesa un pulmón, sabemos que el pobre desgraciado ya no podrá soltar de nuevo su monólogo.
No sé qué pasará cuando los magistrados dicten su sentencia, pero como el juicio ha empezado por las declaraciones de aquellos que pueden ver gravemente afectada su vida por una muy larga temporada en prisión, uno habría esperado que se preocupasen por la realidad y no por interpretar otro capítulo más de ese tostón narrativo, de ese culebrón de cuernos, engaños, reproches y venganzas, enfáticos y ridículos, conocido como El procés. Pero no.
Por un lado, hemos visto a un hombre, Junqueras, y a su abogado apuntarse a un guion que exigiría que los siete jueces fuesen siete actores contratados por TV3, en el que la -según los días- república fantasma y la -según los días- declaración virtual de independencia son un acto de amor y no de agresión. Los juristas huimos del derecho penal de autor, que mete en la cárcel al gitano, al negro, al pobre o, ahora, al hombre, por serlo. Y de su versión especular. No hay prueba más evidente de desesperación del abogado que el intento de convencer a un juez de que tu cliente ha sido toda su vida buena persona, honrado y ciudadano ejemplar, aunque a las 17.14 del 1 de octubre asesinase a su esposa apuñalándola treinta y cinco veces. Cuando Junqueras dice que siempre ha sido pacifista, que ama a España, que votar no es delito y que por eso esto es un juicio político, se apunta a la necia estrategia del maltratador que afirma «la quise y todo lo que hice, lo hice porque la quería».
Intentar convencer al juez de que eres buena persona es pésima estrategia
Por otro lado, hemos visto el comportamiento del acusado Forn -y de su abogado-, que pasó de puntillas sobre su biografía y se centró en discutirle al fiscal y a la abogada del Estado los hechos, dando una explicación, más o menos convincente, de por qué no deberían interpretarse tal y como se recogen en los escritos de las acusaciones. Esta aproximación permite al acusado utilizar las reglas que le favorecen: la presunción de inocencia y la necesidad de que los acusadores demuestren hechos concretos que además encajen sin estridencias en las descripciones de los códigos penales. Sí, Forn tiene en su contra que la experiencia nos indica que su versión esquizoide -que la mano derecha haga lo posible por votar, mientras la izquierda cumpla las resoluciones de los tribunales que ordenan que la votación no tenga lugar- es más fácilmente explicable como mendacidad: los secesionistas contaban con todo el aparato político y el poder coactivo en Cataluña, y con organizaciones afines dispuestas a la astucia y la resistencia frente a los garrulos españoles; no eran ciudadanos reuniéndose y protestando, sino los tipos al mando que en vez de cumplir con sus obligaciones ponían palos en las ruedas, como los polis corruptos que avisan al narco de la redada inminente. Pero Forn tiene a su favor que los jueces pueden creerlo mendaz y desobediente, y aun así comprar por convicción su discurso de que, por mendaz y desobediente que fuera, la violencia no alcanzó la intensidad precisa, no se dirigió concretamente al fin previsto en la norma que regula la rebelión y todo lo que hicieron no fue más que un esperpéntico teatro de marionetas destinado a engañar a los ilusos.
Veremos a qué camino de estos dos se apunta el resto de los acusados. Para saberlo, no nos sirve de mucho el análisis de las cuestiones previas que antecedieron a las primeras declaraciones. Los abogados defensores usamos todo lo que tenemos a mano y era lógica la denuncia de infracción de derechos, aunque se hiciese con la desmesura de afirmar que todas las libertades de la Constitución, salvo la petición, se habían violado, o que se mencionase la tortura por la supuesta desigualdad entre el detalle de las lesiones de los agentes de la policía nacional y guardia civil, y la ausencia de las de los ciudadanos que quisieron evitar su intervención.
Forn, sin embargo, dio explicaciones, utilizó las reglas que le favorecen
Los abogados piensan en convencer a jueces extranjeros de lo chungo que es ser catalán en España, de lo peligroso que es defender el secesionismo, de que los jueces no son imparciales, de que Cataluña es una colonia, de que el pseudoreferéndum nació de la actividad de pobres ciudadanos perseguidos -y no desde el poder, con el aval y los medios del poder, y con la complicidad del poder- y de que la presunción de inocencia no está garantizada pues hay una secretaria de Estado algo bocazas. Es su apuesta y veremos su recorrido.
De momento, los parciales jueces fascistas del Estado autoritario antes conocido como España, se han tragado una larguísima homilía del acusado Junqueras, cuando podrían perfectamente haberle cortado y recordado que no se le juzga por haber estudiado Historia o por cantar el Virolai, que no solo no se le ha perseguido, sino que ha llegado al segundo puesto de representante de España en Cataluña, y que lleva décadas dándonos la brasa con eso mismo que reproducía en el juicio, lo que demuestra su escasa pertinencia. Y esos mismos jueces fascistas, en estos tres días, sólo le han leído algo la cartilla a los fiscales y a la abogada del Estado, cuando insistían en lograr de un acusado, no su declaración, sino la que se encontraba en la cabeza de los interrogadores.
En todo caso, esto no ha hecho más que empezar. Si se quiere respetar a ciudadanos aún inocentes a los que se juzga para saber si son culpables de delitos concretos, hablemos de hechos y de su prueba, de leyes, de reglas. Incluso, aunque ellos quieran hablar de unicornios.