La democracia española ha sido siempre de mala calidad. La tradición democrática se aprende con los años y no se inventa. El siglo XIX español, a pesar de ese orgullo patrio que exalta las virtudes de la Constitución de 1812, estuvo condicionado por pronunciamientos militares y por el caciquismo, además de ser escenario de tres guerras carlistas y múltiples guerras exteriores.
El siglo XX no fue mejor: guerra en África, semanas trágicas y cómicas, una dictadura blanda, otra guerra civil -más cruenta, si cabe-, el exilio de los mejores intelectuales que tenía España y una dictadura criminal que duró lo que vivió el dictador Francisco Franco.
En fin, la historia contemporánea española es, a diferencia de lo que se intenta inculcar en los círculos aznaristas de la Faes, un castigo divino que debería poner en su sitio ese orgullo patriotero español que se cree superior -injustificadamente, claro está- en todo y ante todo el mundo. Por ejemplo, ante la pérfida Albión, aunque los británicos, por malos que fuesen en sus aventuras coloniales, desde los tiempos de Cromwell que no saben lo que es una dictadura.
Las interpretaciones delirantes que la extrema derecha española hace del pasado llegan incluso a reivindicar la posición de Franco ante la II Guerra Mundial, apesar de la entrevista con Hitler y la division azul. Siendo así, no es de extrañar que luego la Real Academia de la Historia (RAH) suscriba una biografía benévola del dictador español. El escándalo fue tal, que ahora la RAH se ha visto con la obligación de rectificar, por lo menos en la versión digital, esa aberrante entrada del diccionario biográfico español.
El problema de España no son las amenazas. Lo peor son los silencios,segun el libro de Daniel Jonah Goldhage, que en español se tradujo con el expresivo título de 'Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto' (Taurus, 1997). Fue una bomba.Lo fue tanto que generó una fructífera polémica sobre el silencio y el olvido a partir de la idea que expuso este historiador norteamericano sobre si los alemanes corrientes -cada individuo, por lo tanto- "estaba en condiciones de elegir el modo de tratar a los judíos".
Goldhagen defendía en su estudio que el nazismo creció sobre un sustrato antiguo, de honda tradición antisemita y xenófoba, que ya estaba presente en la sociedad alemana y fue "el verdadero contexto histórico en el que los genocidas alemanes desarrollaron las creencias y los valores en los que se basó su comprensión de lo que era correcto y necesario en el tratamiento de los judíos".Algo parecido ocurrió con los armenios hace 100 años, en abril de 1915, cuando sufrieron lo que hoy se considera el primer genocidio contemporáneo, según la definición que propuso del término el profesor Raphael Lemkin en 1944, bajo el ya declinante Imperio Otomano.Pero aquel primer genocidio no hubiese sido posible sin el precedente de las matanzas de 1896 ni sin el silencio cómplice de la gente corriente, de los turcos... y los austríacos.
La obsesiva preocupación de los gobiernos españoles por controlar el relato histórico a menudo se acompaña de amenazas e intimidaciones, cuando no de ilegalidades manifiestas, que llegan hasta el extremo de declarar la guerra contra la libertad, la justicia y la moralidad. Y, sin embargo, lo peor son, como digo, los silencios voluntarios. El silencio de aquellos ciudadanos españoles que anteponen sus intereses al riesgo de defender la libertad de los catalanes y vasconavarros a defender su propio futruro, a autodeterminarse.
Ya sabemos quienes son los negacionistas , pero para mí son peores los indiferentes, los que callan ante el último episodio de delirio totalitario españolista. Son esos jacobinos, se llamen como se llamen , quiénes se dicen de izquierdas, pero que miran hacia otro lado cuando la extrema derecha española, refugiada en el PP, se lanza a identificar catalanismo y yihadismo.
Esos jacobinos dicen representar a la gente corriente de España, aquella que desgraciadamente asume un silencio voluntario ante tamaño disparate racista y xenófobo que alimenta el PP. El "todo es ETA" acabó muy mal, aunque, por suerte, mandó a la cárcel al ministro socialista José Barrionuevo y al secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera. Veremos dónde nos llevan los silencios voluntarios de hoy en día.